A Pere Aragonès le gusta cocinar. Es una de las confesiones que, hace tiempo, viene ofreciendo al electorado cada vez que se presta a una entrevista de tono amable y distendido. Ese espacio ideal para que un candidato más bien gris demuestre que tiene cosas en común con el resto de los mortales a pesar de no ser un icono pop como Carles Puigdemont.
Es más, al republicano no solo es que le guste cocinar, sino que parece que cocina bien. Y a veces ha encontrado en los fogones el remedio antiestrés tras largas jornadas de trabajo como president en las que tampoco ha faltado la alta cocina.
Jornadas en las que ha cocinado pactos sin azúcar, con Junts y la CUP, para sacar adelante su propia investidura. Jornadas en las que ha cocinado platos fríos, como la venganza de cesar a su propio vicepresidente Jordi Puigneró para enseñarle la puerta de salida a sus socios de Govern. Jornadas en las que ha cocinado acuerdos de presupuestos de digestión pesada, como cuando en 2023 logró poner de acuerdo a socialistas y comunes, pero comenzó a dibujar el final de su mandato por intereses electorales encontrados.
Aragonès es ese joven que ha aprendido a cocinar sin librarse de la sombra del padre, quien fuera líder de ERC en los años más decisivos del procés y ha construido una narrativa política y personal épica tras su paso por la cárcel. Siempre cocinando bajo la sombra de la bicefalia y de Oriol Junqueras, hasta que tal vez sea demasiado tarde.
El chef Aragonès ha acabado atrapado en el sándwich formado por la campaña de Junts y el PSC. Un plato de piso de estudiantes imposible de mejorar por muchos ingredientes que le agregue el president que le arrebató la hegemonía del independentismo a Junts para, quizás, devolvérsela tan sólo tres años después. Lo vimos ayer en el debate de Pimec, donde el candidato de ERC fue incapaz de colgarse una medalla tras haber ejercido el poder casi todo el mandato en solitario. Devorado por los dardos de sus exsocios de Junts, pero también por la dialéctica envenenada de Salvador Illa y Jéssica Albiach.
Decía Aragonès el pasado fin de semana en Instagram que le encantan las croquetas, ben fetes y casolanes. Tal vez haya llegado la hora de cocinarlas en directo y contrarreloj para demostrar sus habilidades y hacernos olvidar su legado al frente de la Generalitat. O pronto tendrá todo el tiempo del mundo para cocinarlas. Eso sí, sin que le interese absolutamente a nadie.