Cataluña celebrará el próximo 12 de mayo las cuartas elecciones autonómicas en nueve años. Las sextas en 14. Una media de unos comicios regionales cada 2,3 años. No importa si hablamos de la Generalitat, de la Administración del Estado, del Ayuntamiento de Fontanals de Cerdanya o del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Ninguna organización humana compleja aguanta cambios profundos de equipos y proyectos cada poco más de 24 meses, con campañas permanentes para preparar los próximos. Y todo ello sin contar el resto de citas electorales: las nacionales, las europeas y las municipales.
El territorio catalán se ha instalado en el bucle electoral infinito. Los catalanes somos llamados cada 2,3 años --de media-- a las urnas. Y, bajo mi punto de vista, está calando la convicción de que votar tanto no sirve de nada. Exceso de comicios.
Mientras, no hay proyectos de largo alcance, no hay iniciativas que aguanten el ritmo electoral. Las que proyecta un Govern, las derriba el siguiente. Un ejemplo: el Departamento de Salud llevaba meses trabajando en el Plan Nacional de Salud, que debía definir las líneas maestras del sistema asistencial para los próximos años. Y la asignación de los 15.000 millones que consume la sanidad en la autonomía. Ese trabajo queda interrumpido, sino truncado. ¿Lo continuará el Govern que emane del Parlament que salga de las elecciones del 12M? No se puede garantizar. Nadie lo sabe. Otro plan maestro a la basura gracias a la excepcionalidad constante en la que habita Cataluña. Y, encima, ahora, recortes sanitarios porque los presupuestos no se han aprobado.
La región ha esposado el bucle infinito y, por el camino, los ciudadanos acudimos una y otra vez a las urnas resignados. Nuestra contribución colectiva es marginal: nadie garantiza que los electos serán capaces de tejer los mínimos acuerdos en, por ejemplo, educación, donde Cataluña se ha hundido; la propia sanidad, u organización y dinamización económica.
Otro ejemplo: Canarias se confirmó ayer como archipiélago-sede del Mundial de Rallys de 2025 y 2026. La competición se solía celebrar en Cataluña, tierra de tradición del motor. Se perdió, como tantas otras cosas, por la parálisis institucional que provocó una guerra interna en la Federación Catalana de Automovilismo (FCA). Otra oportunidad perdida. Otro proyecto que se va, sin que (prácticamente) a nadie le parezca importar.
A nivel ciudadano, representantes de un hospital público catalán, uno de los grandes, recordaba ayer a este medio que el mazazo al proyecto de presupuestos de 2024 y la posterior convocatoria de elecciones anticipadas les dejará sin 18 millones de euros en las cuentas este año. Tendrán que recortar en lo que imaginan: gasto corriente y personal. Y aplazar inversiones. Los efectos a medio plazo son, claro, un aumento de las listas de espera. En junio, cuando el Ministerio de Sanidad publique las listas, tothom a plorar.
Otro ejemplo de que la Administración, más que ayudar, en algunos casos dificulta. No hay nada más lesivo para las democracias que la noción de que su estructura institucional vive alejada del día a día, atrapada en una dinámica propia. En una espiral interna. Es lo que está pasando en Cataluña: la excepcionalidad permanente, el bucle, está abonando el terreno para el descrédito institucional. Aquello de son las 12 y son elecciones en Cataluña otra vez. La urna infinita. La papeleta recurrente. Y, ojo, porque la consecuencia directa de ello es el surgimiento de los populismos.