Mientras Jordi Pujol mandaba en Cataluña era consciente de que debía edificar su poder mediante la construcción de una serie de estructuras propias que tuvieran obediencia local y se separaran de manera progresiva de aquellas que llevaban el apellido español en su nomenclatura. Lo hizo en muchos ámbitos y le salió bien, en términos razonables. Otros se le resistieron un poco más, entre otras razones porque pese a sus tres décadas en el mando no siempre fue el presidente de todos, sino el de una mayoría parlamentaria.
En el caso de las asociaciones empresariales, ese llamado mundo patronal, a Pujol se le resistió siempre la histórica Fomento del Trabajo Nacional. Aunque el presidente insistía en formar una entidad que representara al conjunto de los burgueses emprendedores, las diferentes sensibilidades existentes en ese grupo impidieron alcanzar el objetivo tal y como deseó. Los patronos de Foment siempre estuvieron más próximos a los partidos conservadores, jamás fueron independentistas y la obediencia nacionalista les parecía de un aldeanismo impropio para la gestión de sus negocios.
Pujol auspició a finales de los 90 con fondos públicos la reunificación de dos organizaciones, Pimec y Sefes, que tenían en común su visión local del mundo de la empresa catalana y estaban rodeadas de empresarios con negocios pequeños, aunque inquietos y con ganas de escalarlos. Se tardó mucho en ensamblar las dos asociaciones, pero al final se alumbró Pimec como una única entidad representativa del tejido de pequeñas y medianas empresas que se sentían poco representadas o apenas concernidas por los trabajos de lobi que Fomento y la CEOE realizaban en Madrid.
Se les asignaron recursos, se hizo una ley de representatividad institucional a su medida y se les empujó a introducirse en el ecosistema catalán de concertación social. Pimec aún era un proyecto, pero algunos microsectores se los encontraron en la mesa de negociación de los convenios y siempre estaban allí donde tenía presencia la administración autonómica.
La evolución de Pimec no ha ido mucho más allá en los últimos años pese a consolidar su estructura administrativa y financiera gracias, sobre todo, a los fondos públicos que obtiene. Los anteriores presidentes de Fomento los ningunearon, pelearon con ellos la representatividad y la presencia institucional, pero ha sido Josep Sánchez Llibre quien los ha llevado el rincón de cuadrilátero al convertir a la gran patronal catalana en una organización con brío, presencia, influencia y ahora altavoces en Madrid. Lo ha conseguido casi sin mirarlos a la cara, haciendo bien su trabajo de portavoz del empresariado y olvidando las estructuras nacionalistas inútiles para el empresariado de a pie.
En los últimos días hemos conocido que la Pimec que preside Antoni Cañete está preocupada en exceso con su financiación propia y la de sus satélites. Se ha convertido en una entidad especializada en la tramitación y obtención de subvenciones públicas. Ahí justo le ha llegado un susto en forma de judicialización de unas prácticas irregulares cuya misión última era inflar el número de representados para acceder a más fondos. Nada que no hayan practicado en los últimos años, pero que quizás con la confianza del cántaro que tanto viaja a la fuente se había realizado sin las cautelas y prevenciones mínimas deseables. El asunto es feo y aunque están todavía en el ejercicio de su derecho de defensa, los cazadores de fondos públicos de la organización tendrán que extremar a partir de ahora las cautelas. Por más que se hayan aproximado en los últimos tiempos a ERC, hoy al frente de la Generalitat, harían bien las consejerías de Empresa y todas aquellas vinculadas a lo económico y relacionadas con Pimec en reforzar los controles de sus relaciones con esta organización. Su secretario general, Josep Ginesta, imputado por este affaire, fue secretario general de la Consejería de Trabajo entre 2016 y 2020. Sí, en Cataluña, ese lugar donde meamos colonia, también existen puertas giratorias.
Si Cañete no quiere tirar por la borda años de trabajo para acercarse al tejido productivo de tamaño pequeño y mediano; si considera que más allá del servicio a la causa política existe un servicio empresarial posible centrado en la morosidad, los plazos de pago y las negociaciones laborales; en caso de que existiera disposición a abandonar la imagen de chiringuito nacionalista inútil para los no independentistas; si Pimec no es una herramienta más para capilarizar las cámaras de comercio y esas otras instituciones que reparten fondos públicos… si todo eso estuviera en el frontispicio de su actual líder habría llegado el momento de ejercer una acción de reputación que disipara cualquier duda sobre la pequeña patronal. Dimisiones, destituciones, elecciones o lo que resulte más conveniente aplicar para erradicar la sospecha de que la mutación de Pimec en su corta historia no es la de una gestoría laboral que acaba convirtiéndose en una reunión de gestores de fondos públicos no siempre a favor de los asociados.
No es complicado. Un poco de autocrítica y unas pizcas de humildad bastarían para impedir que Pimec se diluya como un azucarillo en un país con exceso de corrupción y cada vez mayor desconfianza hacia lo público.