El ocio nocturno ultima los detalles de una de sus jornadas de más éxito, y este año es especial. La actividad ha sufrido los últimos tres ejercicios por los coletazos de la pandemia y, aunque cerremos 2023 con muchos virus en el ambiente (especialmente de gripe A), la gente saldrá de fiesta. Y allí estará Energy Control, una organización que intenta fomentar que los consumidores de drogas minimicen los riesgos al tomarla y que está detrás de la última polémica del ejercicio, la divulgación de la campaña T-Drogues.

El kit que se reparte incluye un suero para limpiar la nariz, un canuto para evitar que se comparta (y se transmitan enfermedades que van de la gripe a la hepatitis) y la tarjeta que copia los títulos de transporte público que ha levantado polvareda. La discusión abierta tiene sentido en el fondo porque cuestiona si difundir este tipo de material no incita el consumo en lugar de limitarse a minimizar los riesgos entre el colectivo que ya es consumidor. Pero tanto la forma como los argumentos que se esgrimen son una muestra de todos los perjuicios y clichés que persisten.

No, actualmente los consumidores de drogas no son ni pobres ni marginados de barrios de la periferia. Para ver el alcance del uso recreativo de sustancias sólo es necesario ir al lavabo de una discoteca o en algún lugar discreto de un festival. Dar un simple paseo por cualquier ciudad o pueblo sirve para certificar lo que advierten los cuerpos de seguridad, que el consumo de marihuana está en auge y, con ello, las mafias que la cultivan y distribuyen por todo el continente. Y es que Cataluña es uno de los principales jardines de Europa.

Por mucho que nos tapemos los ojos, el consumo esporádico está ahí. Tanto, que los sanitarios advierten de que en breve tendremos que lidiar con una población con problemas mentales derivados de este uso esporádico (o no tanto) prolongado en el tiempo. Más casos de psicosis, paranoias y alteraciones de la realidad y no sólo por las llamadas drogas duras. También dicen que el sistema no está preparado, pero no parece que se les haga demasiado caso.

Los números que uno tiene para que le toque este premio dependen de varios factores. Principalmente, de cómo y cuánto se ha consumido; pero también hay algo de suerte o estadística, llámenlo cómo quieran. Existen suficientes evidencias científicas para demostrar que, por ejemplo, consumir marihuana cuando el cerebro está en desarrollo genera daños importantes y persistentes. Por lo que se ganan enteros de acabar con una enfermedad mental.  

La información es accesible y se divulga de forma reiterada. Existen campañas públicas, privadas, se dan charlas en los colegios e incluso la ficción recurre con frecuencia a explicar casos (sean reales o no) de personas destrozadas por las drogas. Duras o blandas. A pesar de todo, se consumen. Y de ahí que existan campañas llamativas como las que se impulsan desde Energy Control, sea de forma directa o mediante colaboraciones con otros colectivos.

El principal éxito de la T-Drogues es que ha conseguido que se hable de ella. Con tintes más o menos amarillos, meses después de que llegara a la sociedad, se ha convertido en tendencia. Y, con ello, también se aborda la prevención de los riesgos al tomar sustancias esnifadas.

¿Alguien que ha optado por no drogarse a pesar de todas las drogas al alcance de la mano dará el paso al conocer de su existencia? Lo dudo. Quizá incluso sirve para que tome conciencia de que los peligros de consumir no están sólo en las drogas en sí. Otro argumento más para ratificar su decisión personal.

En una sociedad que se plantea de forma recurrente incluir el tráfico de drogas en el cálculo del PIB para mejorar la cifra --e incluso se hizo en 2014 junto con la prostitución y contrabando, actividades que elevaron el crecimiento económico de ese ejercicio hasta el 4,5%--, nos llevamos las manos a la cabeza por una iniciativa que, ante todo, busca llamar la atención. Quizá sea la última tormenta en un vaso de agua del año, pero, ¿hasta cuándo seguiremos negando la realidad?