La mayoría de los españoles, el 68%, considera que el año 2023 que dejamos atrás fue malo. Algo mejor que el 2022, pero sin satisfacer sus expectativas. Según un estudio predictivo de Ipsos recién publicado, el 66% de los españoles tienen por el contrario la convicción de que este 2024 que acaba de debutar será más fácil y en lo personal más provechoso.

Ese estado de opinión optimista está incardinado en que la economía resiste con fortaleza a pesar de las tensiones inflacionistas y gracias a que el consumo se sostiene enérgico. Los fundamentales de los economistas no pintan mal, pero siguen vigentes riesgos geopolíticos en el horizonte y brechas crecientes de desigualdad en renta que amenazan de manera constante la estabilidad deseable.

El 2024 será intenso en lo político. Arrastramos en España una crispación que las dos últimas elecciones vividas (en mayo y en julio pasado) no han atenuado, justo lo contrario. Y el calendario inmediato será intenso: cita con las urnas en Galicia, País Vasco, comicios europeos y, con mucha probabilidad, en Cataluña. Nos espera más agitación, nuevas tensiones partidarias y un incremento más que probable del desinterés general a raíz de la baja consideración de la cosa pública y de sus protagonistas directos.

La Cataluña política vivirá entre los coletazos de la amnistía a los implicados en el proceso secesionista de 2017 y una larga campaña electoral. No es hasta febrero de 2025 que concluye la actual legislatura, pero se antoja harto difícil que Pere Aragonès pueda agotar su mandato con unos presupuestos y su propia candidatura pendientes. La prueba más evidente de que los partidos trabajan en clave electoral han sido los mensajes del presidente y del jefe de la oposición a la ciudadanía con motivo del cambio de año. Un Aragonès enrocado en la reivindicación y la protesta identitaria contrastaba con un Salvador Illa presidencial, moderado y que llamaba a pasar página de la última década sin señalar culpabilidades ni recrearse en demasía en los problemas sociales, económicos y políticos que proceden de ese tiempo pasado. Curioso que el mensaje del Rey tuviera bastante más audiencia en Cataluña que el del presidente de la Generalitat.

Algunos pronunciamientos dejan entrever que los preparativos electorales fijan el calendario alrededor del próximo otoño. Así lo ha insinuado Oriol Junqueras, todavía el estratega emboscado en las sombras del partido que gobierna. Hasta Ciudadanos ha decidido ponerse a trabajar para retener en Cataluña una parte, aunque resulte pequeña, de lo que pudo ser y no fue. Jordi Cañas ha asumido el liderazgo de la formación que Albert Rivera e Inés Arrimadas convirtieron en una caricatura de las expectativas que despertaron durante años. Una vuelta al territorio fundacional que se antoja difícil y competida con Vox y PSC. Incluso Alberto Núñez Feijóo tiene asumido que debe arremangarse con esas autonómicas si aspira a desplazar a Pedro Sánchez de la Moncloa.

La Cataluña que malvive con la sequía, que tiene la peor educación de España, que se queda atrás en las energías alternativas y que ha dormido su creatividad e innovación volverá a preguntarse este 2024 qué quiere ser. Para quienes hemos asumido que la paz política en España pasa por el regreso a la normalidad en la política catalana será de nuevo un año de máximo interés y expectación.

En el terreno de los buenos deseos convendría que además fuera el tiempo de la revolución del respeto, la que propuso Fernando de los Ríos hace un siglo y que continúa pendiente en la piel de toro. Sean felices este 2024.