La extensa entrevista con Salvador Illa, líder de los socialistas catalanes, publicada ayer por este medio conduce a una inmediata reflexión: en una Cataluña independiente, Pere Aragonès, una de las dos cabezas de ERC, hoy ya no sería el presidente del Govern.

El PSC fue el partido más votado en las elecciones autonómicas de febrero de 2021 (unas 50.000 papeletas más que el segundo) y tiene los mismos diputados que ERC en el Parlament (33). Sin embargo, esa formación política ni se plantea usar una de las herramientas básicas del juego democrático, la censura a los gobernantes. Una eventual moción contra Aragonès no aparece ni como posibilidad en el tablero catalán de la política.

El Illa jefe de la oposición carga contra la inacción del Ejecutivo nacionalista, incapaz de asumir los grandes retos de este tiempo (la sequía y las infraestructuras), pero para nada se plantea liderar la gobernación del territorio hasta que se convoquen unas nuevas elecciones en una fecha incierta de aquí a comienzos del 2025.

En una Cataluña independiente, Illa intentaría una moción de censura.

En la España actual, el socialismo catalán no puede plantearse ni siquiera soñar con esa posibilidad táctica de erosionar a un Ejecutivo autonómico que sabe débil, regido por dos cabezas, y ocupado como prioridad en garantizar su propia supervivencia el mayor tiempo posible.

En la España actual, una moción de censura contra Pere Aragonès en Barcelona tendría una consecuencia inmediata para su tocayo Pedro Sánchez en Madrid: la pérdida del apoyo republicano en las Cortes y, por tanto, del Gobierno.

Pero en una Cataluña independiente, el líder de la oposición no dejaría pasar la oportunidad de arrebatar el gobierno a su adversario político, ni esperaría algo más de un año para que vuelvan a dar su veredicto las urnas. Sería un enorme coste de oportunidad. Más todavía si, como presagiaban las últimas encuestas, el PSC sigue ganando adeptos como solución de consenso para finiquitar los últimos flecos del proceso secesionista.

ERC no disolverá todavía el Parlament a pesar de la fragilidad y manifiesta ineficacia de su gobierno. Se pondrá de nuevo en manos del mismo PSC que no le censurará para sacar adelante los presupuestos y esperará a conocer qué sucede con la ley de amnistía, su aplicación y su paso por el Constitucional.

El regreso a la primera fila pública (en la privada hace tiempo que juega) de Oriol Junqueras depende de esa norma. Incluso aunque tanto el dirigente republicano como el expresidente prófugo Carles Puigdemont pudieran encabezar las candidaturas de sus respectivas formaciones cada vez existen más dudas de que lo hagan. Continuar como mártires de la causa es más provechoso para sus intereses personales, para la construcción de su relato glorioso de víctimas, que confrontar con Illa en unas elecciones y perder poder e influencia. Es un final que no encaja en sus respectivas carreras.

En una Cataluña independiente las cosas de la política serían distintas, por supuesto. De ahí que el autonomismo, aunque jamás lo confiesen, guste tanto a los nacionalistas. La Cataluña que ellos consideran dependiente les viene como anillo al dedo, justifica su existencia y les permite coquetear con el poder incluso en los momentos menos esplendorosos para sus delirios identitarios.