Dos noticias en espacio de pocos días han mostrado que la tan cacareada normalización política en Cataluña existe. Dos lances en menos de una semana han mostrado que sí, que en la autonomía las aguas han vuelto a su cauce, por bien que queden aspectos que abordar, nudos que desenmarañar --la lengua, por ejemplo-- y colectivos cuyas demandas hay que atender. Eso, seguro. Solo cabe preguntarse si el Govern actual está preparado para hacerlo.
Pero algo sí se ha normalizado. El pasado viernes, representantes de la Generalitat de Cataluña acudían a la inauguración de la nueva sede de Casa Asia en la Capilla dels Infants Orfes del Raval de Barcelona. Lo hacían codo a codo con el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, y junto a representantes del gobierno local de Barcelona, que delegó en Pau Solanilla, el comisionado de Promoción de Ciudad.
Hubo cordialidad entre las tres Administraciones, como si 2017 jamás hubiera existido. El sarao tenía más enjundia que un mero corte de cinta, pues Casa Asia es el principal (si no el único) organismo de diplomacia pública de España. Y está en Barcelona. Ahora que algunos desentierran las reivindicaciones regionales como moneda de cambio a una eventual investidura de Pedro Sánchez, cabe recordar que las pocas instituciones descentralizadas que radican en Barcelona se deberían cuidar. No siempre ha pasado con Casa Asia.
Esa etapa pertenece al pasado, y el influyente consorcio cultural y económico ha cogido altura. Tiene una sede digna temporal y prepara otra definitiva en el Palacio de Pedralbes. Por el camino, el patronato ha liquidado una antigua deuda que lastraba su actividad. Alguien se lo agradecerá algún día a Laia Bonet, primera teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona.
La segunda noticia que atestigua esta normalización es el hecho de que el cónsul de China saliente, Zhu Jingyang, se despidió ayer oficialmente de la consejera catalana de Acción Exterior y Unión Europea, Meritxell Serret. El legado, que dicen los conocedores que se va al Ministerio chino de Exteriores aún sin misión, también ha dicho adiós de forma oficial al resto de Administraciones.
Puede parecer un pasaje diplomático anodino, pero no lo es. Cabe recordar que la última cónsul general china en Barcelona, Lin Nan, dio plantón al entonces Govern de Quim Torra en marzo de 2021, cuando terminó su encargo en la Ciudad Condal. Lo explicamos en aquel momento: Nan dijo hasta pronto o 再见 a todo el mundo salvo al Ejecutivo regional de Torra. En la Consejería catalana de Acción Exterior no sabían qué cara poner.
El enfado de la representante estaba justificado. No en vano, Torra alentó las protestas independentistas contra China. Tanto es así que animó a su esposa, Carola Miró, a participar en un inédito y deplorable escrache de la ANC en favor de los secesionistas de Hong Kong ante el Consulado General en la parte alta de Barcelona en 2019. La primera dama, eso sí, acudió con escolta y coche oficial. Una afrenta diplomática en toda regla que algunos en la calle Lleó XIII, donde mora la representación china, no olvidaron.
Pero es que eran otros tiempos. El Govern venía de acometer una política en acción exterior desleal, cuando no abiertamente delictiva. Se echó en brazos de un fantasma como Alexander Dmitrenko, a quien algunos aún buscan por organizar una soirée pija en el paseo de Gràcia que terminó en impagos, para tratar de acercar Cataluña al régimen ruso de Vladímir Putin (?). Agradézcanlo al ojo siempre certero de Josep Lluís Alay y Gonzalo Boye, que consideraron que Cataluña debía concomitar con el eje del mal global.
Por fortuna, los tiempos han cambiado. La región respira otro aire, y las dos noticias con Asia en espacio de pocos días así lo demuestran. Hay (más) lealtad para con el Gobierno y se han normalizado parcialmente las relaciones. Y, en el caso de Asia, el territorio necesita esa normalidad. No en vano, quedan inversiones pendientes, como la recuperación del vuelo directo entre Barcelona y Shanghái, que existía antes de la pandemia, o la ansiada ruta aérea sin escalas a Tokio. O la concreción de los proyectos de la fábrica de componentes de la surcoreana Injin Materials en Mont-roig del Camp (Tarragona) o la que quiere levantar la automotriz china Chery en un lugar sin especificar.
En este contexto, lo ocurrido en los últimos días suma. No es ni definitivo ni constituye mimbres para la euforia, pero va en la dirección adecuada.