Los ciudadanos que no nos enriquecemos con ello y que solo queremos vivir en paz (o sea, la mayoría) estamos hartos de tanta crisis (hay una generación que no ha conocido otra realidad), de tanta crispación; de tanta cris, en definitiva. Estas situaciones solo interesan a unos pocos, los mismos que alientan a las masas para hacer la bola más grande. A su favor, claro. Y en estas semanas de campaña electoral (aunque estamos en campaña permanente) hay unos irresponsables políticos, bajo el paraguas de un partido, que suben el tono, porque no se trata de hacer propuestas, sino de buenos y malos. El hartazgo ciudadano ante tanta cris es lógico y normal. Es insoportable. Y es complicado librarse ante el constante bombardeo al que estamos sometidos por tierra, mar y redes sociales.

No hay agua, pero parece que el asunto de la sequía ha pasado a un segundo plano en los últimos días, tal vez por las cuatro gotas que han caído. Por el contrario, interesa que el foco esté en el conflicto entre los okupas antisistema y la Desokupa escorada hacia la extrema derecha (con Gabriel Rufián de por medio animando la fiesta). Es un problema artificial, porque la solución a los allanamientos es muy fácil: ley. Sin embargo, es mejor tener a la población preocupada, aunque ello suponga el aumento de la crispación en torno a cualquier asunto, en este caso la okupación y las soluciones existentes para desalojar un inmueble tomado a la fuerza. Pero hay más. Cuando habíamos pasado página del procés y del Covid, aparece Bildu con sus asesinos en las listas –conviene no olvidar el compadreo de cierto independentismo con miembros muy cercanos a ETA, como Arnaldo Otegi, y con otros de Terra Lliure–. Más crispación.

Y esa crispación se traslada también a los estadios de fútbol. ¡Menudas semanas tan lamentables llevamos! Que si la invasión de campo de los ultras del Espanyol para perseguir a los jugadores del Barça, que si los cánticos racistas contra el madridista Vinícius… Cuando hay tensión, y en un campo de fútbol eso es habitual, se acostumbra a tomar contra alguien: el presidente, el árbitro, un jugador rival… Las masas enfervorizadas se creen impunes por estar en comunidad –¿no lo creían también los independentistas que cortaban calles y colapsaban aeropuertos?– y sus integrantes siguen al grupo. No es una justificación, es solo un intento de comprender cómo miles de personas corean a la vez “mono” a un jugador negro. Algún racista habrá, pero todos… En cualquier caso, es inadmisible y hay que cortar de raíz (y con sanciones) estos comportamientos.

Ahora bien, tan lamentable es este comportamiento social como el uso que se hace de él desde algunos sectores. Dice el periodista independentista de TV3 Xavier Valls –que empieza a tener un historial de agravios interesante– que el racismo sufrido por Vinícius es la consecuencia de la carta blanca que tuvo el “¡a por ellos!”, aquel cántico que algunos ciudadanos gritaron a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado cuando se disponían a desplazarse a Cataluña para tratar de impedir el referéndum ilegal del 1-O. Y la portavoz del Govern, Patrícia Plaja, añade que lo sufrido por Vini es “reprobable y asqueroso”. Qué rápido han olvidado que La Liga denunció el pasado marzo los “intolerables” insultos racistas que se escucharon en el Camp Nou contra el mismo fenómeno madridista.

Se pueden sacar muchas conclusiones, pero lo que está claro es que tanta cris nos empobrece. Con crisis y con crispación (también llamada crispadura y crispatura) se pierden inversiones y el talento se va. Aun así, se da la circunstancia de que no todas las cris son malas. El Diccionario de la lengua española recoge hasta 40 palabras que empiezan con esas cuatro letras (sin contar con el cris o kris filipino, arma blanca que acostumbra a tener forma serpenteada, o la droga cristal), y resulta que la mayoría tienen un significado positivo, bonito. Por ejemplo: crisálida, crisantemo, crisolar, cristalino, y otras menos conocidas, pero muy bellas por lo que representan, como crisoprasa (ágata de color verde manzana) y crispir (salpicar de pintura la obra con una brocha dura para imitar el pórfido u otra piedra de grano). Quedémonos con esas, por el bien de todos.