La proximidad de las elecciones municipales ha propiciado que incluso la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, reivindique en precampaña la colaboración público-privada como un elemento clave para el progreso de las ciudades. Más que una enmienda a la política que los comunes han defendido y practicado hasta la fecha, la declaración de intenciones de su líder intenta zanjar el debate sobre las oportunidades perdidas en la capital catalana por una gestión pública que da la espalda al sector privado. Porque escuchar es una cosa; negociar y buscar puntos de encuentro, otra muy distinta.
La necesidad de superar este obstáculo que, en el fondo, solo tiene como perdedor al ciudadano ha sido el mensaje más repetido a lo largo de los tres días de debates del DespertaBCN!. La radiografía a la ciudad que se ha hecho en el DFactory de la mano de Crónica Global, Metrópoli y El Español da alas al optimismo. En industrias como la editorial, la urbe se mantiene como el lugar en el que debe aterrizar cualquier autor que aspire a publicar en lengua española o su fortaleza en el desarrollo de nuevas industrias y polo de startups solo es comparable a otras grandes urbes de Europa que son capitales de Estado.
Pero el riesgo a encerrarse en si misma y aletargarse en el mantra de que cualquier otro pasado fue mejor (y vivir de rentas) es real. La ciudad se debe poner las pilas y apostar fuerte por la vertebración metropolitana y por enterrar discursos de decrecimiento que se brindan como respuesta un tanto naíf al gran reto de desarrollar una estrategia a largo plazo. Es decir, a que Barcelona decida qué quiere ser ante los nuevos retos urbanos del siglo XXI.
El DAFO está completado. Falta saber si la clase política de este país está dispuesta a poner las luces largas, superar la ideologización que solo se aguanta sobre el papel y planificar a más de cuatro años vista. La alternativa la definió con su finezza habitual el ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta. “Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”.