España debería contar con una ley que previera los anuncios electorales encubiertos para que el beneficiario los pagara como gastos de campaña. Incluso me atrevería a proponer que le cayera una sanción, de forma que él mismo desalentara esos favores ocultos de sus contribuyentes.

Lo digo a propósito del vídeo que ha volcado en las redes el Gremio de Restauradores de Barcelona a favor del estado actual de la ciudad en lo que se refiere a ruidos nocturnos y ocupación del espacio público por parte de los bares. Dos actores con buen caché –Anna Barrachina y Juanjo Puigcorbé-- representan a un matrimonio mayor en el que el viejo amargado protesta contra todo signo de vida en Barcelona, especialmente contra esa manifestación de felicidad que son las terrazas, como ya descubrieron en su día Ana Botella e Isabel Díaz Ayuso en relación a Madrid.

El iaio, cascarrabias y refunfuñón, como se encarga de subrayar el espot, la ha tomado con la gente que hace ruido en la calle, desde los niños a jubilados, como él, medio sordos. Está perdiendo los papeles y su esposa, dotada de una paciencia simpática e infinita, se encarga de que entre en razón: la chochez ha llevado al marido a pretender que le dejen vivir en paz y que no vayan a la puerta de su casa a hacer ruido. ¡Qué disparate de hombre!

La broma tendría alguna gracia si no viniera de quien viene, de los beneficiarios directos de esos establecimientos que invaden el espacio público. Con razón, las redes se han llenado de respuestas airadas e imágenes de lugares como Enric Granados, una calle que ha pasado de ser un lugar tranquilo para sus vecinos a otro insufrible.

El gremio se ha equivocado porque su obligación es velar porque se cumpla la ley, no ridiculizar a los barceloneses perjudicados por sus negocios. Debería ayudar al sector ante la grave falta de profesionales que padece desde hace años, y quizá podría empezar por recordar a sus agremiados que los contratos de trabajo deben ser veraces en cuanto a horarios, salarios y cotización social.

Se me ocurre que si el gremio quiere ayudar al actual equipo de gobierno municipal, en lugar de hacer anuncios favorables al estado de cosas que ha creado Barcelona en Comú, podría animar a las empresas a tener más limpias las aceras que ocupan –especialmente las hamburgueserías que han quemado literalmente el pavimento--, o a que avisen al consistorio cuando localizan uno de esos socavones que salpican nuestras aceras cuando se rompe o se desvencija un panot, con el peligro que supone para la gente mayor. (Pero, bien pensado, si el que va a tropezar es el viejo insufrible antiterrazas, que le den).

Contra lo que dice el gremio, puede que esos viejos no quieran una ciudad gris y aburrida, sino un lugar en el que puedan vivir con relativa tranquilidad; también puede que no sean ni tan viejos ni tan minoría: no olviden que BeC solo tiene 11 de los 41 concejales que componen el pleno municipal. Incluso puede que visiten los veladores con bastante más frecuencia de lo que da a entender el demagógico video del gremio.

La mayor parte de los ayuntamientos de las localidades turísticas españolas están gobernados por pequeños empresarios que no siempre distinguen entre el bien de la comunidad y sus negocios. Su afán por atraer visitantes y ganar más es insaciable, aunque el pueblo esté saturado, sea incapaz de atender satisfactoriamente la demanda y se convierta en un lugar inhóspito. Es lo que se llama matar la gallina de los huevos de oro.