Últimamente, mis amigos terceristas –aquellos que defienden la estrategia del contentamiento con el nacionalismo– insisten en un argumento para justificar las cesiones a los independentistas.
Critican mi rechazo a los indultos, a la derogación de la sedición y al abaratamiento de la malversación acusándome de querer incendiar Cataluña, de preferir caldear el ambiente y de apostar por el cuanto peor, mejor.
Me dicen: ¿Acaso pretendes volver a la tensión social que había en 2017? ¿Prefieres los disturbios de octubre y noviembre de 2019, tras conocerse la sentencia del procés? ¿Me vas a negar que estamos mejor ahora que entonces? ¿Por qué te opones a todas las medidas que han reconducido la situación hasta este momento y que pueden afianzar la paz y la concordia?
Pero ese es un argumento perverso y tramposo.
Según su razonamiento, la culpa del procés, la responsabilidad del intento de golpe al Estado, no recaería en los líderes nacionalistas, sino en las leyes, en el Estado de derecho y en quienes exigían (y siguen exigiendo) su cumplimiento.
No sé si mis amigos terceristas no se dan cuenta o no se quieren enterar de que precisamente ese es el argumento que necesita y utiliza el nacionalismo para avanzar: amenazar con volverlo a hacer para conseguir que otros transijan y allanar, así, su camino hacia la ruptura.
Anteayer unos indultos, ayer una sedición y hoy una malversación… ¿y mañana? ¿un CGPJ independiente en Cataluña controlado por ellos? ¿un referéndum o algo parecido?
Y siempre con la misma justificación por parte del tercerismo: mejor otorgar los indultos y reformar el código penal que volver a la Barcelona en llamas; mejor hacer algún tipo de consulta que volver a la Barcelona en llamas.
Eso solo tiene un nombre: ceder al chantaje.
Y, sobre todo, es un error que solo lleva a dos alternativas posibles: seguir cediendo hasta que el independentismo consiga el 100% de sus objetivos (para este viaje no hacía falta alforjas), o volver a sufrir la ira del independentismo cuando –pese a realizar concesiones inauditas y casi imposibles de deshacer– vean que no consiguen el 100% de sus objetivos (¡menudo negocio!).
Retroceder ante las amenazas del nacionalismo nunca es una opción razonable. Y está condenada inexorablemente al fracaso.
Suerte, amigos.