Nueva semana de agitación (y van…) en la política catalana. El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, y el primer secretario del PSC, Salvador Illa, se reunirán para ver qué posibilidades existen para pactar los presupuestos de la administración autonómica para 2023. El encuentro se produce después de que ERC ya haya garantizado a Pedro Sánchez que podrá contar con los republicanos y hacer lo propio en Madrid con las cuentas públicas del próximo ejercicio.
El ofrecimiento de Illa para dar estabilidad a la política catalana es tan bienintencionado como anclado está a las necesidades del Gobierno central. Otra cosa distinta es si resultará políticamente provechoso. De forma probable el socialista acabe dando un voto favorable o una abstención a cambio de nada. Educada, eso sí, sin un ápice de mala baba.
Los socialistas catalanes persiguen convertirse en el símbolo de la moderación. Aspiran a situarse en el espacio de orden, en el centro. Está bien ese propósito si no olvidan que son el primer partido del Parlamento y que las alianzas parlamentarias independentistas les convirtieron en los jefes de la oposición, con sus obligaciones inherentes. El incumplimiento de Ciudadanos de ese mismo papel en 2017 fue el primer paso en falso de un declive cuyas consecuencias conocemos.
ERC intenta proseguir con un gobierno de circunstancias ocupando el espacio de la antigua formación de Jordi Pujol. Pragmatismo catalanista, sin acentuar demasiado su ideología de clase y haciendo de su capa un sayo tras la ruptura con los radicales del prófugo Carles Puigdemont. Pero no toda ERC es igual. Hay familias, improntas, acentos y hasta visiones personales distintas en la cúpula. Abunda, y no poco, la mala leche. Las dos personas que lideran el partido tienen en común una actitud cobarde, pero muy resentida, extremadamente resabiada, en lo referido a su visión de la política y de sus protagonistas.
Oriol Junqueras, el Beato, no huyó al extranjero en 2017 por miedo a las consecuencias que tal asunto supondría para su familia. Aceptó resignadamente la cárcel, como buen cristiano. Siempre creyó que los aún más cobardes que sí se fugaron hicieron más largo el tiempo de prisión de los que se quedaron. Marta Rovira, la secretaria general, hizo lo contrario: fue tal su miedo que salió por patas en dirección a Suiza sin que el suyo pareciera un caso complejo ante la justicia. Allí ha dejado de llorar en directo, pero sigue gritando con su característica voz de clarinete a los correligionarios locales. Hoy son los dos mandamases que orientan y hasta atosigan en el día a día a un Pere Aragonés que quiere echar a volar, pero todavía mide la distancia de sus alas. En su entorno nadie cuestiona que una parte de la política de ERC tiene demasiado que ver todavía con el rencor que sus dos principales dirigentes atesoran.
Igual que Illa fue muy rápido en ofrecerse para salvar el mandato y evitar el colapso económico tras el portazo al Govern de Junts, al Beato le faltaron minutos para decir que con los socialistas no iría ni a recoger billetes de 500 euros. El líder inhabilitado sigue dolido porque Miquel Iceta no le visitó en prisión. Habla del 155 y apela a otras coartadas, pero lo cierto es que no tuvo suficiente con que algunos cargos del PSC decidieran visitarle en la trena a título personal. Y nuestro Xabier Arzalluz particular no engaña, aunque su mirada pueda despistar: es más un hombre resentido que un político cabal.
Seguramente las dos cosas que más molestan al Beato Junqueras sean un convergente pasado a la radicalidad (de los que le disputan la pureza del RH) y un socialista metropolitano vinculado al mundo charnego. Es posible que ahora se vea obligado a envainarse sus preferencias y fobias, porque el coste de oportunidad de no aprobar un nuevo presupuesto es enorme para Cataluña. Es medible y por lo tanto cuantificable saber el lucro cesante, la diferencia que se produciría en materia de ingresos.
En palabras del presidente de los empresarios catalanes, Josep Sánchez Llibre, “prorrogar los presupuestos en Cataluña sería una inmoralidad y una gran irresponsabilidad”. Si esta semana no hay un pacto de mínimos presupuestario por la tozudería republicana, lo mejor que puede hacer Illa es forzar unas elecciones. Parece lo menos inmoral de todo lo que puede pasar. Aunque no le convenga el momento, sería una auténtica muestra de responsabilidad evitar que el empobrecimiento de la autonomía vaya a mayores por los tacticismos de Waterloo, el Beato y otros especímenes igual de irresponsables del secesionismo.
No hay margen para más juegos, de unos u otros, con el escenario económico que se pronostica. Mantener posturas enrocadas solo provocará más deterioro, económico y político. Convendría que el auténtico líder de ERC haga el esfuerzo de tragarse el cirio de las antipatías en esta procesión que comienza. Y que el comprador Illa no pague la vivienda hasta que los de ERC le entreguen las llaves y demuestren que tienen el inmueble inscrito a su nombre en el registro de la propiedad de todos los catalanes.
Si los discípulos del Beato, una vez divorciados de sus socios del procés, siguen jugando a vender humo en vez de regresar a la senda de la razonabilidad será prueba inequívoca de que prefieren quemar la iglesia o la casa que ocupan. Y, aún más, que lo están haciendo otra vez mientras dan la espalda a los intereses ciudadanos.