Las gentes más frikis y chabacanas de la política catalana han tratado de acaparar los titulares de la conmemoración del quinto aniversario de los atentados de Las Ramblas y de Cambrils, dejando en segundo lugar, o incluso ocultando, lo que más importa.

Nunca faltan colaboradores oportunistas, esas gentes que ahora se llevan las manos a la cabeza viendo el esperpento de personajes como Laura Borràs, y tratan de borrar su contribución al disparate de la teoría de la conspiración cuando --ERC, JxCat, el PDECat y la CUP-- reclamaban una investigación en el Congreso de los Diputados para aclarar si hubo “terrorismo de Estado” en aquella barbarie.

Demostrada y sentenciada la culpabilidad de los autores, estudiada y analizada la vinculación, desde el líder de la célula, Abdelbaki Es Satty, hasta el último de sus integrantes con el mecanismo con que el Estado Islámico organizaba sus masacres en aquellos momentos, queda una gran cuestión por abordar en la que los expertos apenas han entrado.

Durante las semanas previas a la ceremonia de recuerdo del 17A los medios de comunicación catalanes acudieron a Ripoll, la cuna de los atentados, tratando una vez más de obtener datos que permitan comprender cómo jóvenes inmigrantes de segunda generación, con estudios, con empleos muchos de ellos, con un dominio nativo del catalán, se habían embarcado en un viaje así en menos de dos años, que es el tiempo que el imán radical pasó en la localidad.

El alcalde ya no concede entrevistas, igual que los responsables de la comunidad islámica. Los agentes sociales locales dan vueltas y más vueltas a los hechos sin creerse aún lo sucedido, como les ocurre a tantas personas de la ciudad, de apellido catalán y marroquí.

¿Cómo no lo vieron? ¿Cómo es posible que una sociedad tan pequeña como la del Ripollés, con un arraigo tan profundo del nacionalismo fuera ajena a la gestación de aquella monstruosidad? ¿Nadie los miraba? ¿Nadie los veía? Han pasado cinco años y las preguntas siguen sin respuestas.

Dicen que el procés, la proximidad del 1-O, restó trascendencia a los atentados, pero ahora estamos como entonces. La Generalitat, que tiene tiempo de hacer una campaña a favor de la libertad de las mujeres para bañarse sin sujetador, se limita a solidarizarse con las víctimas y sus familias. Parece que la vida no le da para tratar de averiguar cómo una sociedad tan ocupada en reafirmar su identidad frente a terceros incuba el huevo de la serpiente sin pestañear y cuando eclosiona mira hacia otro lado. La teoría de la conspiración le va de perlas.