Éramos pocos y parió la abuela. Ya solo faltaba David Trueba rajando contra el bilingüismo en las escuelas catalanas.
“Que unos jueces hayan dictaminado la cantidad de castellano que circule en los colegios catalanes solo puede responder a la ignorancia suprema sobre cómo funciona un centro educativo”, dice el director de Soldados de Salamina en un artículo en El País.
Es evidente que quien no se entera no son los jueces, sino el cineasta. O tal vez, se pasa de listo.
Un tipo ilustrado como él debería saber que no se trata de un capricho de la justicia, sino que los jueces han acabado fijando un porcentaje mínimo de uso del español en las clases después de que la Generalitat hiciera caso omiso de innumerables sentencias a lo largo de varias décadas que ordenaban un uso equilibrado de las dos lenguas oficiales en toda Cataluña.
Resulta cómico que Trueba pretenda explicar a los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) cómo funcionan los centros escolares.
“Si uno entra en el colegio o instituto comprobará que las variantes idiomáticas son flexibles ante la realidad de cada aula. Algunas están compuestas por un índice de emigración donde las algarabías políticas pintan poco. Los profesores se hacen entender y aplican el sentido común”, indica el guionista.
Hombre, hombre, señor Trueba, nadie duda de ello, pero eso no quita que el uso del castellano como lengua de docencia (es decir, en las clases y en los materiales didácticos) sea marginal en Cataluña. Así lo han certificado los tribunales con los datos proporcionados por la propia Consejería de Educación. Y de eso estamos hablando.
“Al idioma del patio se le aplica un mecanismo compensatorio”, insiste el director para justificar su posición.
Pero no se trata de si en el patio o en el comedor se habla más una lengua u otra. O de cuál de ellas eligen los alumnos para comunicarse entre sí. Se trata de que las materias se impartan de forma equilibrada en los dos idiomas. Se trata del derecho de los niños y los adolescentes a recibir una parte razonable del conocimiento –con sus giros cultos– en castellano y en catalán.
“El castellano y el catalán fluyen con bastante naturalidad, más allá de algún disparate puntual o de algún comportamiento personal publicitado como general”, añade Trueba.
¿Le parece puntual el disparate de que la inmensa mayoría de los centros públicos y concertados de Cataluña únicamente impartan en español la asignatura de lengua castellana, es decir, apenas dos o tres horas a la semana?
Y va más allá el director de cine: “Desde las tribunas de ese Madrid rompeolas de España, se presenta la ayuda necesaria para que el catalán perviva como una amenaza. Las batallas por la defensa del francés en Quebec evidencian que la convivencia de una lengua al lado de otra dominante requiere un esfuerzo positivo de defensa que a algunos les puede resultar artificial, pero que es pertinente y cabal”.
A ver, señor Trueba. Lo de ridiculizar a “Madrid” ya no cuela. Y si quiere saber la ayuda que han recibido de “Madrid” las asociaciones y padres que pelean por una educación bilingüe, le puedo asegurar que es bien poquita. En cuanto a defensa y promoción del catalán, toda, por supuesto; una defensa que debe ser compatible con el uso del castellano como lengua vehicular escolar, evidentemente.
Sobre el caso del Quebec, debería saber que la inmersión en francés allí no es obligatoria para las familias de lengua inglesa. Y ya puestos a mirar cómo se hacen las cosas fuera, tal vez debería preguntarse por qué en ningún territorio del mundo en el que conviven dos lenguas oficiales y ampliamente habladas por sus habitantes se aplica un modelo de inmersión obligatoria y excluyente como el de la Generalitat. ¿No le parece raro?
El cineasta remata su pieza asegurando que “los profesores saben mucho más del equilibrio lingüístico que un tribunal, un consejero, un ministro y un líder de la oposición que dibujan caricaturas. Pasa con los jóvenes: conviene conocerlos antes que juzgarlos”.
Quizás Trueba ignore que no ha sido un tribunal el que ha ordenado el uso equilibrado de las dos lenguas oficiales en la escuela (tres en el Vall d’Aran), sino todos aquellos que, durante décadas y con diferentes composiciones, han resuelto sobre este contencioso (desde los juzgados de primera instancia, audiencias provinciales, tribunales superiores autonómicos, Supremo y Constitucional). Tal vez le convendría conocerlo antes de juzgarlo.
Claro que en ningún sitio está escrito que para ser cineasta se tenga que conocer la realidad lingüística de las escuelas catalanas. Acaso el señor Trueba solo ha conocido los pocos centros en los que uno puede pagar para eludir la inmersión y cree que esa es la realidad en las aulas. ¡Qué cómodo es el sillón para pontificar!