La violación de dos niñas por parte de un grupo de adolescentes en Burjassot (Valencia) ha encendido las alarmas por la brutalidad del caso. Los culpables han sido localizados y la maquinaria judicial ya está en marcha.
Culpar a las redes sociales, así, en abstracto, implica escurrir el bulto. Y dice mucho de cuál es uno de los problemas con los que se choca esta generación y las inmediatamente precedentes. Lo sucedido en Burjassot es horroroso. Que los violadores actuasen sin valorar ni un minuto que sus actuaciones tendrían consecuencias debería generar pavor. Implica perder una de las argamasas básicas de nuestra sociedad. No se teme por las represalias de hacer el mal.
Insinuar que tiempos pasados fueron mejores, además de recaer en el cuñadismo ilustrado del que España es abanderada, implica pasar por alto una realidad capital. Cualquier comparación con el pasado es borrosa. Ahora existen mecanismos suficientes para la denuncia jurídica y la pública de este tipo de actuaciones. Se han concebido para que ellas no tengan que cargar con la vergüenza de haber sufrido una agresión o violación. El estigma. La culpa unida al pecado original de las féminas que marcó la tan polémica sentencia de la minifalda que, por desgracia, aún sigue presente.
Burjassot demuestra que queda camino por recorrer. Fue una de las niñas quien aseguró a sus padres que solo había sufrido una broma pesada. Su familia no la creyó y la llevó al hospital, donde le detectaron lesiones compatibles con una violación. Ahora, se señala que existen “contradicciones” en el relato original de las víctimas.
En cuanto a los violadores, uno de los abogados de la defensa intentó que la juez viera un vídeo íntimo de una de las víctimas que nada tenía que ver con el caso analizado para desacreditarla. De nuevo, la minifalda. Todos ellos han quedado en libertad y fueron aplaudidos por sus familias al salir del tribunal. En la resolución, se reconoce que reciben un “estilo educativo familiar laxo y permisivo”, que son “ociosos” y que tienen una “baja interiorización de las normas”. No parece que eso vaya a cambiar en el corto plazo.
El trabajo pendiente en materia de prevención es importante. Aun así, las políticas que se aplican en España se ven como un chiste. Por los incels, para armarse de más razones sobre el maltrato que sufren por la sociedad moderna. Por los modernos, por no tomarse en serio su trabajo legislativo y lanzar normas con títulos para aplaudir y redactados que hacen agua.
Y, así, persiste el segundo sexo.