Laura Borràs es una política fascinante. No tanto por el poder de atracción que ejerce sobre una parte de la militancia de Junts per Catalunya (JxCat), que la considera digna sucesora de Carles Puigdemont, como por su insumisión constante a las normas, leyes y resoluciones judiciales que se le pongan por delante. La presidenta del Parlament interpreta el reglamento de esta Cámara como le da la gana, hasta el punto de omitir la palabra "unanimidad" cuando lee el artículo 169 que regula las declaraciones institucionales y expulsar a un diputado de Ciudadanos que así lo denunciaba.
Ocurrió ayer con ocasión de la resolución sobre el caso Pegasus, que tiene alborotado al independentismo catalán. ERC, JxCat y CUP han dado rienda suelta a su gesticulación victimista sobre las actividades de un CNI español que ellos mismos intentaron copiar, sin éxito y con formas algo chapuceras. De ahí que la propia Borràs haya pedido la dimisión de la ministra de Defensa, Margarita Robles, coincidiendo sin que sirva de precedente con el presidente Pere Aragonès, dirigente de esa "Esquerra repelente" a la que aludió la neoconvergente, traicionada por su subconsciente.
Que Borràs pida el cese de Robles da cuenta de su inacabable cinismo. Procesada --porque esa es la consecuencia de la conclusión de la investigación que lleva a cabo el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña-- por cuatro delitos de corrupción, la independentista no solo se niega a abandonar el cargo, sino que pretende reformar el reglamento del Parlament para evitar su suspensión. Pide ayuda a sus presuntos colegas secesionistas de ERC y la CUP, que se han hecho los locos. Los republicanos, porque no olvidan los órdagos lanzados por sus desleales socios de gobierno. Los antisistema, porque fueron ellos los que introdujeron el famoso artículo 25 que Borràs se quiere cargar. Ambos partidos siempre han hecho bandera de mans netes ante los herederos de la CDC y su 3%. Y parece que ahora no están dispuestos a dar su brazo a torcer.
Margarita Robles, como máxima responsable del CNI español, concentra ahora todas las iras de un separatismo que, como ya ha explicado Crónica Global en muchas ocasiones, espió a periodistas, políticos y activistas contrarios al procés. CiU y ERC impidieron que se creara una comisión de investigación al respecto en el Parlament. La ministra dijo ayer en voz alta lo que muchos pensamos: que cómo no se iban a hacer seguimientos de dirigentes que quisieron destruir el orden constitucional y que aprobaron leyes de ruptura sin mayorías cualificadas, obviando las advertencias de los letrados de la Cámara catalana, del Consejo de Garantías Estatutarias y del Tribunal Constitucional.
Robles, para quien no lo sepa, fue la primera mujer que presidió una Audiencia, la de Barcelona. Una magistrada progresista que asombraba a abogados, fiscales y periodistas con su gran capacidad de trabajo --podía dictar sentencia dos días después del juicio-- y transparencia. Consciente de que la justicia es un servicio público, Robles siempre fue comprensiva con el trabajo de los periodistas. Estaba convencida de que la respuesta penal a los delitos no siempre tenía que ser represiva. “La generosidad es el mejor complemento a la justicia”, dijo en referencia a los indultos de los condenados por el referéndum del 1-O.
Que Borràs pida la dimisión de Robles es un chiste, pero también un despropósito. Ambas mujeres tienen algo en común: ser funcionarias del Estado. La diferencia --hay muchas, pero esta es importante-- es que la presidenta del Parlament podría se inhabilitada para ejercer cargo público si es condenada por ese póker de delitos relacionados con la corrupción que presuntamente cometió al fraccionar contratos para favorecer a un amigo.
La ministra podría ser la cabeza de turco de toda esta polémica política y dimitir para salvar a Pedro Sánchez. Pero Robles no tiene la ambición política desmedida de Borràs. Ni su afán arribista. El único error de la ministra es haber dado explicaciones sobre un servicio de inteligencia cuyas actividades exigen máxima discreción. Como dijo en una ocasión Winston Churchill a un opositor: "Usted y yo sabemos que el MI6 no existe".