La feria Alimentaria&Hostelco ha regresado como en sus mejores tiempos y eso es una magnífica noticia se mire por donde se mire. Primero, porque dibuja el final de dos duros años de pandemia y, segundo, porque significa que Barcelona, pese a todo, conserva aún algo de atractivo para ciertos eventos.
El salón de la alimentación reúne estos días a 3.000 empresas, ocupa 85.000 metros cuadrados, emplea a 8.000 personas, generará un impacto económico de 180 millones y recibirá alrededor de 100.000 visitantes, que pueden degustar todo tipo de productos lácteos, cárnicos, dulces y conservas, entre otros, y conocer de primera mano las novedades de cada sector. Unas novedades que, a veces, y como sucede en este tipo de ferias, son… llamativas, por decirlo de algún modo inofensivo, que las pieles están muy finas.
Es el caso de la nueva comida de moda, aquella que elimina los productos que proceden de los animales por el amor a la fauna, más que por cualquier otro motivo, también llamada sostenible o vegana. Pero ¡oh, sorpresa!, las empresas que se dedican al negocio de la alimentación plant-based (que suena más cool que decir que venden preparados de frutas y verduras) les ponen a sus recetas nombres como tocino vegano, atún vegano, chorizo ecológico, croquetas veganas de pollo asado, o pulled pork vegano, por citar algunos de los oxímoron que se están presentando en Alimentaria.
La nomenclatura animal de estos platos vegetales ha generado sonadas polémicas por una obviedad: se vende una cosa con un nombre que no es. Pero ¿hay algo más absurdo que ofrecer unos productos bautizados como aquellos alimentos que se quieren evitar por ser de procedencia animal? En la vida no se puede tener todo. Ya sabemos que no vende lo mismo “preparado de harina de garbanzo” que “huevo vegano”, ni “puré de guisantes y garbanzos” que “atún vegano”, ni “calabaza ahumada con cebolla, pimentón, ajo y orégano” que “chorizo ecológico”, pero es lo que hay. Si se apuesta por cambiar el chuletón por las acelgas y el rape por la coliflor hay que hacerlo con todas las consecuencias. Es una opción tan respetable como otra. Y, ojo, que hay miles de maneras de cocinar la verdura para que sepa rica. Pero que no nos tomen por memos, por bien que hay muchos que pican. De lo contrario, no proliferarían estas firmas. En todo caso, todo ello no deja de ser el reflejo de que una buena parte de la sociedad está acomodada y se permite preocuparse por este tipo de cuestiones, como tomarse el lujo de rechazar cierta comida, mientras, en paralelo, otros muchos deben elegir entre comer y calentarse, porque la pobreza está disparada. Así es el mundo.