La desaparición de Iván Redondo de la escena pública ha sido digerida con más facilidad de lo que cabría esperar si tenemos en cuenta que hasta el mismo día del cese pasaba por el ser el Rasputín de política española y presunto máximo responsable de todo lo que ocurría, ya fuera bueno o malo.
Su despedida, orquestada a través del libro de Toni Bolaño y de la entrevista de Jordi Évole emitida por La Sexta, ha dejado en el aire un pronóstico que de alguna manera justificaría, sin que él se atribuya méritos directos, la política de geometría variable que ha aplicado Pedro Sánchez desde su llegada a la Moncloa. Y es que el antiguo asesor del presidente vaticina que nunca volveremos a ver mayorías de 170 diputados, que los gobiernos serán Frankenstein --término acuñado por el añorado Alfredo Pérez Rubalcaba no precisamente para elogiar a Sánchez-- o no serán.
Eso quiere decir que los ejecutivos se van a formar con la suma de distintos partidos, todos ellos luchando por ocupar la mayor parte del escenario, por chupar cámara. Lo hemos visto desde la incorporación de Unidas Podemos al Gobierno en enero de 2020, porque esa disputa por el protagonismo se convierte a menudo en desestabilización pura y dura, quizá por nuestra falta de costumbre en coaliciones.
Pablo Iglesias utilizó las líneas básicas de la propia Constitución, de cuya defensa había hecho bandera en las dos contiendas electorales de 2019, para marcar distancia con sus socios. Las graves irregularidades del Rey emérito se convertían en alimento de un republicanismo de salón ejercicio desde la mismísima vicepresidencia del Gobierno, una frivolización aún más penosa que el combinado manicomial de la mayoría parlamentaria.
Cuantas más dificultades tiene el partido en minoría para hacerse visible a ojos de sus electores potenciales, más extravagancias comete. Yolanda Díaz puede corregir públicamente las afirmaciones de Sánchez en el congreso del PSOE sobre la contrarreforma laboral, pero el papel que el presidente atribuye a Nadia Calviño en ese campo se convierte en una crisis de coalición. Ione Belarra lanza el desafío cuando aún se oyen los ecos de los fariseos que condenan cualquier diálogo con EH Bildu en un intento claro de desestabilización del Ejecutivo del que forma parte.
Cuando ERC anuncia que envía una comitiva a la manifestación de hoy en San Sebastián a favor del acercamiento de los presos de ETA, uno podría pensar que en un gesto de caridad y perdón cristianos los indultados del 1-O defienden la aplicación de beneficios penitenciarios para los autores del atentado de Hipercor. Pero no es así. Los cuatro etarras del comando Barcelona que fueron condenados a más de 700 años cada uno por causar la muerte de 21 personas en junio de 1987 ya están en libertad, la justicia les ha tratado con tanta benevolencia como a ellos.
La presencia de los republicanos en la concentración donostiarra es una forma de compensar su apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez, situándose al lado de Bildu en un momento en que los antiguos batasunos, con la inestimable ayuda del PP, de Vox y Cs, han conseguido desequilibrar al Ejecutivo simplemente repitiendo lo que dijo ETA en 2018 sobre el dolor de las víctimas y haciendo un juego de palabras sobre el precio de su respaldo presupuestario.
Habrá que acostumbrarse tanto a la inestabilidad como a la frivolidad.