Pablo Iglesias y Albert Rivera se han retirado de la política profesional con apenas dos años de diferencia tras sendos fracasos electorales. Casi de la misma edad, ambos aterrizaron en las instituciones con un éxito enorme y súbito, los dos tienen tendencias cesaristas y les encanta el glamour del papel couché. El primero se estrenó con un cartel electoral en el que aparecía desnudo, mientras que el segundo se ha despedido con un posado en el que luce su nuevo look una vez liberado de la coleta.
El triunfo electoral de sus dos formaciones se produjo en torno a 2015, cuando terminaba la recesión y las heridas del austericidio de Bruselas estaban en carne viva. Registrado en el Ministerio del Interior en marzo de 2014, Podemos obtuvo 1,2 millones de votos y cinco diputados en el Parlamento Europeo dos meses después.
Al año siguiente, entre Ciudadanos y Podemos consiguieron nada menos que 9,5 millones de votos en las generales. Se acabó el bipartidismo, proclamó Rivera. Cs, que había concurrido a unas elecciones catalanas por primera vez en 2006, consiguió entonces 40 diputados, una cifra que en abril de 2019 elevó a 57.
Eso que llaman el Ibex, y que no es otra cosa que la derecha económica y moderada española, había visto en Cs una opción capaz de cuajar gobiernos liberales sin veleidades izquierdistas ni extremistas. Pero a Rivera el éxito se le había subido a la cabeza, quería ocupar el espacio del PP sin disponer de su bagaje ideológico, su experiencia y su implantación territorial. Provocó una repetición electoral en 2019 que se lo llevó por delante. Desde entonces, todo su empeño está en impedir que Ciudadanos cumpla aquel cometido de bisagra con los socialistas.
Aparentemente retirado a un despacho de abogados y a una mansión de La Florida, Rivera dirige el desmantelamiento de su antiguo partido de forma directa cuando apadrina ante Pablo Casado el fichaje de Toni Cantó; y de forma indirecta a través del exsecretario de organización del partido, Fran Hervías, que desde un despacho en Génova diseña el goteo de deserciones, tarifa incluida.
Los mismos reflejos bonapartistas que le separaron del núcleo fundacional de Ciudadanos en Cataluña aparecen ahora en el castigo a Inés Arrimadas y a su ejecutiva.
En aquel 2015, Podemos multiplicó por cinco los diputados de Izquierda Unida. Pablo Iglesias y los suyos se apoderaron del espíritu del 15M; y un año después, en las elecciones de 2016, cuando apenas contaba con dos años de vida, elevó el listón hasta los 71 escaños. La distancia del PSOE se había reducido de 21 a 14 diputados en un solo año. Lo tenía a tocar, como decían los procesistas catalanes de la época.
Y se equivocó fatalmente, como Rivera, porque la distancia volvió a crecer hasta los 81 escaños en las siguientes elecciones y hasta los 85 en las de noviembre del 2019. Mientras se gestaba ese trastazo, el líder máximo purgó sus círculos andaluces, se cargó a quien había sido su imagen en la comunidad y al primer alcalde podemita de una capital de provincia, Cádiz.
Después, su formación se convirtió en extraparlamentaria en Galicia. En el mismo 2020, perdió el 50% de sus diputados autonómicos vascos. La sensación de que su presencia en el Gobierno central era nula o negativa para el partido fue ratificada por las encuestas previas al 4M, que vaticinaban un resultado a la gallega.
Iglesias metió toda la tensión que pudo en la campaña madrileña para presentarse como “la izquierda” en un intento desesperado de robarle la cartera a su socio de Gobierno y a sus antiguos colegas de Más Madrid. Y aunque después anunció la “derrota de las izquierdas” fue él quien perdió y el que dio la puntilla a la débil candidatura de Ángel Gabilondo.
Iglesias y Rivera encarnan un fracaso compartido, una oportunidad que se ha ido al traste. Juguetes rotos por el narcisismo, la soberbia, la ceguera y la inmadurez, ha escrito la periodista Lucía Méndez. Y por el éxito fulgurante, se podría añadir. ¿Sigue vivo el bipartidismo? Probablemente, no. Pero en absoluto con la fórmula que hemos visto en estos 10 años desde el 15M.
El único triunfo claro del independentismo catalán está en la consolidación de Vox como factor de corrección del bipartidismo. Ciudadanos, que nació como respuesta a la complicidad del PSC con el nacionalismo pujolista y la inacción del PP, va camino de la desaparición. Los de Santiago Abascal le toman el relevo, pero por la derecha.
Podemos ha concatenado errores tácticos e incoherencias ideológicas de manual. El último ejemplo. Jéssica Albiach, candidata de Catalunya en Comú a la Generalitat --Podemos en la autonomía-- acaba de anunciar que rompe negociaciones con ERC hasta que los republicanos no se desvinculen de la derecha que representa JxCat. Unos días antes, en plena campaña del 4M, Iglesias declaró solemnemente que el “procesismo es un anhelo democrático” equiparable al 15M. Pues eso, un César que porfía en sus equivocaciones sin que nadie le corrija.