¡Boom! La mecha llevaba varios años encendida y, al final, estalló la bomba. Ha nacido (¿muerta?) la Superliga de fútbol, una competición con la que los ricos dicen que salvarán el negocio del balompié (y sanearán sus propias cuentas). La idea de ofrecer más espectáculo a la gente está muy bien, sobre todo cuando la sociedad lo está pasando mal, pero el proyecto presenta aún muchas lagunas; tantas, que los seis ingleses ya se han borrado. Los 12 grandes plantearon una DUI a la brava, aunque algunos hacen ahora como si la cosa no fuera con ellos.

Hay quienes tratan todavía de disociar el fútbol y la política, sin percatarse de que las personas son iguales en el fútbol y en la política. De hecho, los motivos que dan los impulsores de la Superliga ya los hemos escuchado en otros ámbitos en los últimos años: “Yo quiero gestionar mis propios recursos, sin terceros de por medio, y yo los reparto de manera justa, para que todos ganemos”. ¿Verdad que suena bien la utopía?

La Superliga deja en evidencia el negocio del fútbol. Es una patada hacia delante de 12 de los mayores clubs del planeta (aunque los ingleses han reculado, lo que demuestra la chapuza y la fragilidad del proyecto) para tratar de sostener un mundo que, hoy, no es sostenible. Dicen los impulsores que el Covid les está generando cuantiosas pérdidas, que en muchos casos se suman a las impagables deudas que arrastran. ¿Cómo pueden deber tanto dinero estos gigantes que ingresan fortunas? Porque siempre han vivido por encima de sus posibilidades. Por una mala gestión. Es la burbuja del fútbol. Y, visto lo visto en las últimas horas, tampoco tienen buenos asesores.

Otro de los argumentos es que las nuevas generaciones muestran cada vez menos interés por el fútbol, y a los clubs se les acaba el chollo. ¿Es la reacción de los aficionados una muestra de falta de interés? Es verdad que la sociedad está cambiando. Pero no es menos cierto que el mismo negocio balompédico lleva años tirándose piedras contra su tejado: los equipos, cada día más herméticos, se alejan del aficionado, del sentimiento, para ofrecer su producto a un espectador cualquiera. Además, cada vez son mayores las dificultades para ver un simple partido por televisión.

Afirman también estos elegidos que se unen porque son los que más millones generan, a los que la gente quiere ver. Prometen, eso sí, helado de postre para los demás, con una mejor distribución del dinero entre todas las categorías. Es un modelo clasista (ellos mismos se sitúan en la parte alta de la pirámide) y capitalista que, tal y como está planteado, no parece bueno más que para los 12 (y a corto plazo). “Si ganamos más, podremos fichar a jugadores de equipos humildes y el dinero se repartirá”. O no. Muchos imperios comenzaron con estas promesas de colaboración con los pequeños y, al final, se quedaron todo el pastel. ¿Olvidan que estos humildes son indispensables?

La Superliga venía a cargarse la Champions. Había 12 clubs fijos (esperaban ser 15), y otros cinco irían rotando cada año en función de ciertos méritos deportivos, aunque todo el engranaje ha saltado por los aires en las últimas horas. En todo caso, si ello fructifica, ¿morirán las ligas? No, pero es posible que las televisiones paguen menos por ellas, porque interesará más el nuevo torneo continental, hecho que mermará las ya flacas arcas de la mayoría de entidades. Tal vez es momento de reformar estas ligas, reduciendo sus participantes para que sean más competitivas. De lo contrario, muchos clubs están destinados a desaparecer. 

Lo que está claro es que el modelo actual falla, en tanto que sus gestores presentan serias dificultades para dirigir estos transatlánticos. ¿Se arregla dando más poder a los ricos? A simple vista, parece que aumentarán las desigualdades en el fútbol, por más que estos 12 se hubieran comprometido a gastar menos --de manera responsable-- y a repartir más, pero es que hay muchos cabos sueltos y muchas cosas por explicar. Por ejemplo, habría que crear un nuevo torneo que sirviera de aliciente para los equipos excluidos de este selecto grupo, y así lo ha deslizado el presidente de la Superliga, Florentino Pérez.

La Copa de Europa nació en 1955 impulsada, entre otros, por el entonces presidente del Real Madrid, Santiago Bernabéu, que fue vicepresidente de la comisión del torneo. En sus primeras declaraciones tras la fundación vino a decir que el campeonato era un primer paso, y que empezarían con lo puesto, pero con mucho por mejorar. Vamos, que se puso en marcha de aquella manera. Es decir, lo que se conoce como el lo hacemos y ya vemos. Algo así parece que pasará con la Superliga… si es que al final tira adelante.