Liberalismo, pero en un grado superlativo. En sus dos dimensiones: una mayor libertad económica, una menor dependencia de la administración pública, y un compromiso con las libertades políticas que han caracterizado al mejor liberalismo. Es lo que necesita de forma urgente Cataluña, que ha entrado en una fase tan autodestructiva que sólo una ventana abierta, con un viento glacial, liberal, podría despertar.
Hay muchas muestras de que en Cataluña se ha producido un ahogo de la iniciativa privada cuando esa era, precisamente, su característica más preciada. O se decía que era tal, porque cuando el científico se acerca con la lupa comprueba que la grandeza de Cataluña tiene una explicación mucho más prosaica: el mayor crecimiento económico, los edificios y las fábricas construidas, lo que permite, todavía, vivir a partir de una inercia histórica, se debe a las políticas proteccionistas que el empresario y el político catalán supieron imponer a los pérfidos políticos españoles. Con un mercado cautivo, la industria catalana creció y, eso es cierto, algunos burgueses con voluntad de tener un papel público y de ofrecer algo a la comunidad en la que se habían enriquecido, invirtieron en arte y en grandes equipamientos culturales.
Para refutar la idea del ahogo público se podrá argumentar que Cataluña tiene una de las ratios más bajas de funcionario por habitante. Es verdad. Lejos de comunidades como Andalucía o Extremadura, que necesitan la locomotora pública por la falta histórica de inversión privada. Pero el problema no es ese. Es el extenso tejido de empresas, profesionales, asociaciones, entidades deportivas que se apoyan en la Generalitat para poder funcionar, y en la relación de chantaje que se establece, con una comunidad que funciona a través de consignas, de consejos prácticos, de no saltarse los códigos nacionalistas que se han establecido durante décadas. Ese es el tapón que nubla el horizonte de un colectivo de siete millones y medio de ciudadanos y ciudadanas que se verán frustrados en los próximos años si no se produce un cambio de rumbo notable.
La oportunidad podría llegar con las elecciones del 14 de febrero. Pero el cambio, si se produce, será muy costoso. El nacionalismo que se ha parapetado en las instituciones públicas catalanas no quiere tirar por la borda todo lo que ha intentado en los últimos diez años. Pero, lo que es más importante, no quiere abandonar el poder que le permita seguir coaccionando al conjunto de los ciudadanos.
La ventana abierta, que permitiría el aire liberal, se ha entreabierto ligeramente, pero hay muchos interesados en cerrarla de nuevo. La defensa de un liberalismo bien entendido proviene de personas que han luchado, precisamente, desde la izquierda alternativa, desde el movimiento vecinal y que, pese a desear un Estado del bienestar fuerte, han comprobado que el nacionalismo lo ha emponzoñado todo. Falta libertad en Cataluña, libertad política y libertad económica. ¿Por qué Foment y Pimec, por ejemplo, no acabaron presentando el recurso contra el decreto del Govern sobre las elecciones del 14F? ¿Por qué ha sido, finalmente, un particular el que ha llevado al TSJC a dejar sin efecto ese decreto y ha permitido que las elecciones sean el 14F? El presupuesto público de la Generalitat es demasiado potente como para poder ignorarlo.
La situación es de extrema gravedad, con un Parlamento que podría albergar hasta nueve fuerzas políticas. ¿Es necesario? ¿Realmente los catalanes están tan divididos como para apostar por nueve partidos diferentes? Es el terreno de juego que ha marcado ese nacionalismo el que ha llevado a esa realidad, con una pluralidad aparente que no es tal, con un bloqueo que no permite la constitución de un gobierno sólido que reconduzca el rumbo.
No hay que temer a la libertad, no hay que temer a la iniciativa privada. Hay que dejar a la sociedad que respire, ayudando a los que no puedan seguir, pero premiando el esfuerzo, sin ahogar a los emprendedores. Sin decirles cómo deben pensar, sin preguntarles más por sus identidades nacionales, teniendo en cuenta que las naciones no existen, son construcciones en las que se cree o no se cree. Vayamos a votar por la libertad, no por los corsés. Y seamos todos más valientes.