En secreto. La operación para designar a Salvador Illa como candidato a la Generalitat ha sido discreta, aunque el mensaje se hacía correr en los últimos dos meses como una posibilidad que perseguía un objetivo: el de ganar las elecciones catalanas, más allá de obtener un buen resultado. Y esos mensajes llegaban más desde Madrid que desde Barcelona, donde ha pesado el clima que ha sabido imponer el independentismo, que resta esperanzas a un cambio en el escenario político, como si hubiera una condena permanente para seguir instalados en el bloqueo total.
Y esa es una novedad que puede ser crucial. El Gobierno central, del color que fuera, ha querido entenderse, desde la transición, con el partido nacionalista catalán que tocara –en gran medida y durante decenios ese papel lo ocupó CiU—para poder completar mayorías en el Congreso. La interlocución con el gobierno de la Generalitat garantizaba que los diputados nacionalistas hicieran la vida más cómoda a los Ejecutivos españoles. El mayor adalid de esa idea, al margen de los presidentes del Gobierno que recurrieron a ello –Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, y José Luís Rodríguez Zapatero—fue Alfredo Pérez Rubalcaba. Su ideal en la política española pasaba por un entendimiento con el PNV y con Convergència. Ya le bastaba. No quería más. Pero ese esquema se quebró con el proceso del Estatut y el ascenso de ERC y del independentismo y también, claro, por errores descomunales de los dirigentes de CDC, que quedan representados en la figura de Artur Mas.
Esa práctica dejó herido de muerte al PSC, que nunca pudo hacer ver al PSOE que el objetivo de un partido que fue el resultado de la confluencia de hasta tres fuerzas políticas socialistas, era el de gobernar la Generalitat y no sólo ayudar al hermano federado para lograr votos en las elecciones generales. Ahora es el propio líder del PSOE, Pedro Sánchez, el que muestra la mayor de las ambiciones y empuja para que Salvador Illa sea el candidato a la Generalitat, en una operación no exenta de riesgos, pero que denota que se pone sobre la mesa la mejor carta. Entre Illa o Iceta, las encuestas muestran que el ministro de Sanidad provoca un menor rechazo entre los electores de frontera del PSC y eso puede ser clave para desmovilizar a una parte del independentismo harto del camino sin salida que protagonizan sus dirigentes o para lograr el apoyo de otros votantes no identificados estrictamente con los socialistas.
La elección de Sánchez, ¿es un error para sus intereses o un acicate para que en Cataluña se dé un vuelco electoral y se fuerce –desde la realidad de los resultados—al independentismo a colaborar y a dejar de lado proyectos ilusorios? Eso es lo que se dirimirá en los próximos meses. Puede repetirse un gobierno independentista, entre ERC y Junts per Catalunya. Pero, ¿se atreverá el independentismo si la primera fuerza política es el PSC de Salvador Illa, ministro de Sanidad durante toda la pandemia del Covid, que ha sabido ganarse el respeto de todo el arco parlamentario?
Se dirá que ya ocurrió con Ciudadanos en 2017. Pero no se trata del mismo caso. Ciudadanos dilapidó por completo su victoria electoral, de unas dimensiones colosales, porque, --hay que recordarlo—se trataba de un partido que no había participado del consenso catalanista surgido con la transición. Pero, al margen de sus errores, esa victoria no aportó nada constructivo. Logró un gran apoyo porque se vio como el único dique frente al independentismo. Fue un ‘no’ a las prácticas y discursos del independentismo, pero no fue un ‘sí’ a nada concreto y alternativo. En el caso del PSC, una posible victoria el 14F, ya no se podría interpretar como un ‘no’ a todo. Y cuenta con el Gobierno de Pedro Sánchez para establecer, de verdad, una alternativa. Esa es la gran diferencia. Ahora bien, llega el momento de que todo eso se haga realidad, de que Cataluña inicie el cambio que necesita si no quiere entrar de lleno en un proceso de decadencia que sería irreversible. Y es de vital importancia si España también quiere salir del pozo. Con Cataluña al frente.
Una alternativa que se deberá dibujar en las próximas semanas, y que deberá demostrar que se quiere gobernar con otra agenda, con otros objetivos, marcando el territorio, con firmeza. Dependerá, claro, de los electores, pero esta vez, por lo menos, no se podrá acusar a los socialistas de que sólo les interesa contar con un socio en el Congreso, de que se rinden en Cataluña y de que le colocan la alfombra roja a Esquerra Republicana, como en su día lo hicieron con la CiU de Jordi Pujol, con un Felipe González que –pese a todas sus críticas ahora—era capaz de cenar en Barcelona con el presidente de la Generalitat sin avisar al líder del PSC, Raimon Obiols.