La Navidad del Covid es la de la capacidad de improvisar. Los tumbos del Govern a la hora de dictaminar y filtrar medidas restrictivas para intentar garantizar una celebración sin que se vaya de madre la pandemia ha propiciado que al sentarse en una mesa se hayan saltado alguna de las restricciones, aunque más por falta de conocimiento que no una rebeldía voluntaria.
El propio consejero de Interior, Miquel Sàmper, dio el disparo de salida en Nochebuena con una amenaza de que mañana lunes lanzarían una nueva batería de limitaciones por lo mal que lo está haciendo la gente. Resulta sorprendente la capacidad que tiene el Govern de trasladar a la ciudadanía las consecuencias de la expansión de la pandemia sin asumir ninguno de los gazapos en su gestión. Algunos son evidentes, como la decisión primero de permitir el desplazamiento a las segundas residencias y prohibir entrar en la Cerdanya y el Ripollés por temor a un repunte prácticamente cuando la gente tenía las maletas en la puerta. No era demasiado difícil prever que es en esta zona del Pirineo catalán donde se concentran gran parte de inmuebles vacacionales.
Sàmper y el resto del Ejecutivo lo podría haber hecho bastante mejor. De entrada, para no hundir aún más la economía de la zona, que se preparó para una semana grande en la que el turista interno les podía salvar una parte de un ejercicio para olvidar y se llevó un bofetón mayúsculo cuando ya lo tenía todo preparado. Es decir, cuando ya había hecho un dispendio que ahora tendrá que asumir y que lo más seguro es que lleve a muchos al límite.
El Govern ha pasado por alto esta cuestión. Ha anunciado que movilizará un paquete de ayudas específico, pero se advierte de que serán insuficientes. Tampoco hace los deberes en dos cuestiones básicas para evitar otro colapso hospitalario derivado del coronavirus. Ni ha reforzado la parte humana para que los sanitarios puedan descansar y no estén de forma continua al límite y la entrada de nuevo material se hace en cuentagotas. Pero eso no importa a la hora de sacar pecho y, como ocurre con el consejero de Interior, asegurar que no les temblará el pulso para aplicar más mano dura en el territorio.
La falta de un plan por parte del Ejecutivo catalán es tan grande como su espíritu de fiscalizador que perseguirá a todos los incumplidores. Pero, de verdad, es complejo llevar al día las restricciones y discernir entre qué se ha aplicado y qué ha sido una simple amenaza sin más. Si en algo se han esforzado los independentistas en los últimos años y ha incrementado durante la pandemia es en convertir a Cataluña en un territorio cada vez menos predecible.
En cuanto al Gobierno central, se debe reconocer su habilidad para pasar el muerto de gestionar la crisis del coronavirus a las autonomías. Ha sido una maniobra hábil para evitar chamuscarse más y añadir mayor tensión entre PSOE y Podemos. Se debe reconocer la visión política de la iniciativa. Ahora, la incapacidad manifiesta de los territorios convierte en cada vez más necesaria que se fijen unos criterios generales con un margen por la singularidad no ya de las autonomías, sino de las localidades en función de los datos epidemiológicos propios. Y es que tal y como apunta el profesor Salim Ismail en la entrevista que publicamos este sábado, el contexto sanitario actual propicia que la gestión más lógica sea la de las ciudades. Una interesante reflexión de futuro.
Este domingo se abre la puerta para que 2021 sea un año mejor. Los internos y el personal de un geriátrico de l'Hospitalet de Llobregat (Barcelona) recibirán la primera dosis de la vacuna contra el Covid. Su desarrollo ha sido un ejemplo de colaboración entre universidades, industria farmacéutica y sector público que genera optimismo. Es el mayor ejemplo de innovación colaborativa de nuestro tiempo y el mensaje que se lanza es esperanzador en todos los sentidos. Aunque el virus mute, la vacuna se podrá adaptar.
Que sea ese espíritu el que nos impregne en el final de un ejercicio complejo y transformador en muchos sentidos. Y es que, cuando decimos que juntos se pueden construir cosas mejores, no siempre no son palabras huecas. ¡Felices fiestas!