En la era posprocés abundan los constitucionalistas bienintencionados que ansían recuperar la normalidad en Cataluña. Dicen que el Estado debe ser generoso, que tiene que dar otra oportunidad a los líderes independentistas. Consideran que los responsables del intento de secesión unilateral del otoño de 2017 ya han pagado una pena suficiente, que hay que pasar página cuanto antes, otorgar una decena de indultos y volver a la situación previa al proceso insurreccional. Pelillos a la mar, retornemos a la casilla de salida y todos tan contentos, insisten.
Y en ello estamos. La gracia gubernamental prácticamente se da por descontada, y los muñidores del golpe --o sus adláteres-- ya negocian presupuestos, armonizaciones fiscales y leyes educativas nacionales con una naturalidad portentosa. Todo ello tras recuperar el poder en las instituciones desde las que regar con dinero público a organizaciones y medios afines.
El problema es que el panorama previo a la rebelión --esa normalidad a la que algunos nos quieren retrotraer-- no era precisamente una arcadia feliz para buena parte de la población catalana. De hecho, para muchos era una pesadilla. Un mal sueño que ahora --al compararlo con los convulsos episodios de hace tres años-- nos quieren presentar como paradigma de convivencia, cuando en realidad era eso: un mal sueño.
Y si no, que se lo cuenten a la propietaria italiana de una pizzería del barrio de El Clot de Barcelona --el restaurante Marinella-- a la que le han hecho la vida imposible por atender a sus clientes en español. No hay normalidad que valga cuando te boicotean y amenazan impunemente por utilizar una lengua oficial --además de mayoritaria entre los catalanes y cuyo uso está constitucionalmente avalado--.
Los nacionalistas radicales lo tienen claro. Y se lo han dejado escrito en la pared del local: “Habla catalán o emigra”. El mensaje lleva una firma significativa: 33. La cifra hace referencia a la tercera letra del alfabeto, la C. Así, 33 equivale a CC. Esto es, Catalunya Catalana. Un llamamiento a la pureza y a la uniformidad inspirado en el 88 que utilizan los neonazis, en alusión a la octava letra del abecedario, la H. De forma que el 88 representa a HH. Es decir, Heil Hitler.
El exdiputado de la CUP Antonio Baños se apresuró a justificar el hostigamiento a la propietaria. “Pintadas porque una pizzería cometió una ilegalidad vulnerando los derechos de los clientes”, señaló. E insistió en que la reacción de los activistas contra la pizzera no es “supremacismo” sino “oficialismo”.
Tampoco me parece una normalidad aceptable el calvario que sufre un barcelonés residente en un pueblo de Girona por haber reclamado --y obtenido judicialmente-- un 25% de las clases en castellano para su hijo de P5.
El pobre hombre ha sido acosado, insultado y agredido. Por no hablar del vacío social que el entorno le ha dispensado. Ahora, espera a la jubilación de su padre para coger a toda la familia y marcharse echando leches a Madrid. Otra victoria del odio en Cataluña.
De igual manera, este lunes se ha conocido que la fiscalía de delitos de odio y discriminación solicita dos años de cárcel para el presunto autor de una brutal paliza infligida a una mujer de origen ruso por retirar lazos amarillos en la Ciutadella en agosto de 2018, con el procés finiquitado hacía ya unos cuantos meses.
El agresor, a plena luz del día y en presencia de los tres hijos menores de la víctima --de entre 5 y 7 años--, la tumbó de un golpe en la cara y, una vez en el suelo, la propinó numerosos puñetazos por todo el cuerpo. “Extranjera de mierda, vete a tu país y no vengas a joder la marrana aquí”, espetó el angelito.
Por mucho que haya quien quiera minimizar estos altercados, no se trata de casos aislados. Estos tres ataques son un ejemplo de lo que experimentan muchos ciudadanos de Cataluña por el simple hecho de ejercer o reivindicar públicamente sus derechos.
Mientras esto siga ocurriendo, la normalidad a la que algunas almas cándidas tratan de regresar aplicando estrategias de contentamiento con el nacionalismo no merece la pena, y la convivencia en esas circunstancias será inviable.