Por primera vez en meses, en este preciso instante del final de agosto, empiezo a considerar que en las próximas elecciones autonómicas de Cataluña cabe un milagro.

En una escena de la película Una mente maravillosa (A beatiful mind, 2001) el matemático John Nash (interpretado por el actor Russell Crowe) asegura: “No creo en la suerte, pero sí en asignar valor a las cosas”. Y tiene valor que el independentismo empiece el curso político más dividido que nunca.

Veamos. No sólo los secesionistas del entorno posconvergente insultan a diario a los secesionistas de ERC, no. También se insultan los herederos políticos de Jordi Pujol y Artur Mas. Lo último del sainete que mantienen son roturas de carnet y demandas judiciales entre el PDECat y Junts per Catalunya (JxCat) a propósito del nombre del partido. Los políticos que delinquieron y por eso cumplen condenas en prisión también poseen diferentes velocidades e intereses electorales entre ellos.

Habrá que conocer cómo encaja el votante independentista lo que sucede entre sus representantes políticos. Carles Puigdemont y Quim Torra optan a reunir el apoyo de los catalanes más victimistas, radicales, hispanófobos y supremacistas. Son la otra ultraderecha que acompañará a Vox en los comicios. Está por ver cuánta gente de orden apuesta de nuevo por la estafa política de la que fueron víctimas a la hora de depositar el voto. Hoy no todos aquellos que levitan con Els Segadors o la música de Lluís Llach están dispuestos a insistir en una utopía sin recorrido dentro de un marco legal y democrático. Estamos todos ávidos por saber cuántos de los que introdujeron las papeletas del presidente fugado y de su delegado comercial en Barcelona repiten y cuántos se abstienen o, incluso, cambian de voto.

Hay dos partidos que no acaban de creerse que pueden ser pescadores en ese río revuelto. Los independentistas de ERC, mutados hoy en pragmáticos convergentes, temen el arrastre de sus oponentes más que a sus propios errores. No será la primera vez que todas las encuestas les dan como ganadores y se quedan sin ejercer el poder (Ayuntamiento de Barcelona incluido). Sus bases son variopintas en radicalidad, pero tampoco distan demasiado de las que tuvo en su día Convergència Democràtica, con un número nada desdeñable de exaltados y juventudes ultras. Y los errores de bulto que acostumbran a cometer en periodos electorales siempre son ruidosos y más perjudiciales que los mítines del prófugo de la justicia. El revoloteo permanente del poco fiable Oriol Junqueras es uno de ellos.

Le pasa algo similar al PSC, a quien en los últimos tiempos un resignado Miquel Iceta es incapaz de recuperar de una especie de moral de derrota en la que se instaló con José Montilla. Los socialistas pueden ser los receptores de una parte del voto de signo nacionalista moderado que no puede soportar más parálisis administrativa ni más decadencia colectiva para Cataluña. Está por ver qué sucede también con los votos del PSC que en las últimas autonómicas fueron a parar a Ciudadanos. Aquí es donde la candidatura socialista más deberá esforzarse, porque ante los ojos de cientos de miles de catalanes-españoles, el partido de la rosa es poco fiable por sus idas y venidas en materias como la lengua. Su permisividad con el nacionalismo catalán le hizo separarse de un cierto nacionalismo español aletargado al que el procés despertó. Un movimiento que en otros tiempos vivía alrededor del puño y la rosa, especialmente en el área metropolitana barcelonesa y en los barrios obreros. Hoy desconfían de los socialistas por conniventes o trileros con su discurso de catalanismo. Se ha hecho bueno el “caixa o faixa” en lo que se refiere a identidades y adscripciones políticas y el partido que organiza Salvador Illa está necesitado de elevar la claridad programática cuando todos los demás juegan a la ambigüedad.

Será difícil que Alejandro Fernández y Carlos Carrizosa hagan juntos algo más que tomar una caña de cerveza. Si al final optaran por unir sus candidaturas, lo único que conseguirán es que no se visualice el leñazo de Ciudadanos y que tampoco pueda contarse cuánto se recupera el PP desde su suelo electoral más profundo. Sus opciones políticas juntos son limitadas (ni para gobernar ni para hacer oposición) y, en ningún caso, obtendrán los diputados que sumó Inés Arrimadas en diciembre de 2017.

Con este contexto arranca hoy el nuevo curso económico y político. Veamos cuál es la fecha definitiva para visitar las urnas y preparémonos a vivir un frenético final de 2020. Entre la pandemia de Covid 19 y la mediocridad de líderes y gobernantes no habrá tregua, seguro.

Coda:

La misma noche que el Barça cayó derrotado ante el Bayern de Múnich improvisé un artículo para esta Zona Franca en el que pedía a Josep Maria Bartomeu que se deshiciera con urgencia de Messi. Hacía tiempo que no recibía tantos insultos en redes sociales, desde los tiempos duros de 2017. No pasa nada, es gaseoso y va en el sueldo. Sirve solo para comprobar que el fanatismo político es calcado al futbolístico y en ambas actividades se ha evaporado la racionalidad.

Dos semanas después de la citada columna, el astro argentino no sólo es portada y tema de discusión, sino que está sirviendo para que el independentismo meta más presión a la institución y a su junta directiva para hacerse con el control este año mejor que el próximo. La tibieza que se comentaba con la actuación política del PSC es análoga con la de Barto. Hoy me atrevo a pedirle que cuente algunos episodios desconocidos de Messi y su entorno que sólo el presidente puede relatar. Una coz, vaya. Él, que ya se sabe fuera, que no quiere salvar ni su reputación presidencial, sí que debería poner negro sobre blanco elementos desconocidos de la estrella argentina para impedir, y eso es importante, un asalto del nacionalismo a la entidad. Si el Barça es más que un club, también lo ha ganado por mantenerse lo más alejado posible de la política en su historia reciente.