Aprovechemos el saber de nuestros mayores, esos que hoy viven el riesgo de su edad y de una enfermedad inmisericorde que amenaza su existencia. Ellos fueron capaces de encontrar reflexiones que nuestra urgencia y bisoñez nos impide atesorar. Fue Edmund Burke, el padre del liberalismo británico, quien acuñó una expresión que sigue vigente hoy: “Toda clase de gobiernos está basada sobre compromisos y pactos”. Pues eso, pacten ustedes, por favor.
Los ciudadanos estamos hasta las narices de enfrentamientos cortoplacistas. Y, ojo, el descontento va en aumento. Ante un reto como el actual es irresponsable que cualquiera siga atrincherado en posiciones tacticistas y sea incapaz de reflexionar con un punto de magnificencia inclusiva. O todos estamos unidos en el reto de darle una salida al problema general (deuda generacional, revolución social en ciernes, cambios de modelos productivos y de relaciones…) o resurgiremos de esta historia más pequeños que como llegamos.
Es el momento de buscar espacios amplios. Ha llegado el periodo de darle aire a la generosidad. O pactamos cómo salimos adelante o nos quedamos trabados en un espacio minúsculo y de gobernanza tuitera. Sólo aquellos pequeños de espíritu, incapaces de jugar con la reflexión en un sentido amplio, pueden oponerse a la búsqueda de consensos más amplios y beneficiosos.
Excusen esta diatriba innecesaria si existiera normalidad. La política actual es de corto alcance, tan escaso que diríase que nos movemos en espacios de microscópica reflexión o mínimo análisis. Europa, España, Cataluña están necesitados de anchurosos consensos que nuestros dirigentes son incapaces de establecer por su insolvencia para pactar, para establecer compromisos de mínimos que nos ayuden.
Con el coronavirus sobre la mesa, con miles o decenas de miles de muertos sobre el tapete es tan imprudente como mezquino atrincherarse en argumentaciones menores. La necesidad de aunar esfuerzos parece que sólo prevalece entre las clases populares, mientras las élites desperdician su tiempo y capacidades en batallas de salón que hoy trascienden como insignificantes. El populismo amenaza detrás de la siguiente esquina.
En España se ha puesto sobre la mesa la reedición de unos nuevos Pactos de la Moncloa. Estamos ante un contexto histórico, social y político diferente, es verdad. Es tan cierto como que la necesidad de acordar unos mínimos para salir juntos de la crisis deriva en una necesidad ineludible. Pactemos cuán dispuestos estamos a endeudarnos; acordemos cuál será nuestra capacidad de solidaridad con las capas más desfavorecidas de la sociedad; establezcamos consensos sobre qué nivel de igualdad estamos dispuestos a distribuir en términos laborales, de dimensión del Estado y de relaciones sociales. Seamos menos insolidarios en el juego parlamentario y estemos más pendientes de la grandeza de una sociedad que podemos deteriorar con una visión reduccionista y meliflua de los tiempos que nos tocan vivir, administrar y compartir.
Pedro Sánchez y su equipo no pueden vivir prisioneros de una coalición con la izquierda radical que les impida permutar el juego para el conjunto de los españoles. No sólo para aquellos que votaron a su opción temerosos de la reedición de la derecha en el poder para apuntalar la iniquidad última del gobierno de Mariano Rajoy. El país no puede gobernarse ahora desde el chalet de Galapagar, en cuyas paredes maestras abunda un populismo de oposición a un supuesto capitalismo borde y en los tabiques se reboza con una demagogia insultante.
El Ejecutivo del PSOE no puede vivir prisionero del relato de Iván Redondo y tiene en su encrucijada más inmediata la obligación de centrarse. Los españoles comparten el interés mayoritario de que los dos grandes partidos en número de votos e historia común reciente sean útiles y capaces de establecer consensos sin radicalismos ni estrambotes.
La necesidad de aproximación entre unos y otros es más necesaria que nunca. El clima guerracivilista que ya existía ha sido exacerbado por el virus de marras y hoy hasta los balcones combaten con lemas diferentes, alineados con una u otra visión. Sánchez debería realizar un ejercicio de humildad y ponerse a disposición de Pablo Casado para formar un Ejecutivo conjunto, centrado y serio. Casado, a su vez, debería someter su posición a este bien común y ceder la primera línea política para que otro dirigente liberal-conservador menos atrincherado asumiera la función en un pacto centrista tan necesario como urgente.
Margarita Robles es la persona que más consenso genera en Madrid, y eso es, en la práctica, una especie de salvoconducto para gobernar España. En Cataluña, el otro gran foco de conflicto y tensión, el asunto debería tomar derroteros análogos. Quim Torra no puede permanecer ni un minuto más al frente de una comunidad autónoma que bajo su manto sólo vive de enfrentarse con los contrarios al nacionalismo. No porque esté inhabilitado o sea un gobernante superficial, no. A Torra le expulsa del mapa la subordinación a la lucha local en un contexto global.
Si Robles es el nombre para España, en Cataluña la gobernabilidad debería pasar por un Ejecutivo de unidad territorial presidido por Josep Sánchez Llibre, el líder de los empresarios catalanes y con amplia experiencia en política. Se necesitan perfiles como el suyo, o como el de Miquel Roca, para extraernos del marasmo que vivimos y que parece condenar nuestras vidas en los próximos meses, incluso en los siguientes años. Necesitamos dirigentes capaces de extraer a la cobarde burguesía catalana sus antiguas capacidades.
Sánchez Llibre o Roca podrían ayudar a que Cataluña batalle por el espacio perdido sin incurrir en deslealtades con el Estado ante una crisis económica que será mortífera para buena parte de la actividad productiva. Líderes con capacidad de gestión, discursos moderados y llenos de sentido común es lo que merece la pena ahora, es la apuesta ventajosa en estos tiempos de dificultad. Que el líder de los empresarios catalanes o el padre de la Constitución se pusieran temporalmente al frente de un gobierno autonómico de circunstancias obligaría a que tanto PSC como ERC hicieran una apuesta por la utilidad en vez de la utopía electoral. Torra debería tomar el camino del destierro y compartir habitación en Waterloo con el insulso y kamikaze Carles Puigdemont.
No transitamos por momentos en los que el relato de la ineficacia, la incapacidad para la gobernación o el amateurismo se puedan esquivar. Los ciudadanos hemos comprobado que quienes tapan sus carencias son cómplices de nuestros problemas y que eso debería resultar penado en las urnas. Andamos por una línea del tiempo, por un espacio de desesperación y drama que no ha hecho más que presentarse ante nosotros. Lo que viene es de una profundidad dramática que conviene conjurar cuanto antes.
Ese estado de cosas, aunque resulte marciano proponerlo en estos momentos de crispación, no se arregla con soluciones antiguas. Pacten de una vez. Pacten en favor del colectivo. Déjense de cortoplacismos estúpidos e inútiles. Pacten a favor de todos. Pacten de una vez, malditos e incompetentes líderes actuales.