Toda gran ciudad necesita un proyecto estimulante para enfocar el futuro con optimismo. En algunos casos, promover esta iniciativa se convierte en una obsesión por parte de los gobiernos municipales por objetivos más relacionados con el ego del impulsor que por el bien de la localidad, pero esto es una cuestión aparte. El problema enquistado en las últimas semanas entre Barcelona y Madrid es que la búsqueda se ha convertido más en una cuestión de lealtades entre las dos principales metrópolis del país que de palancas que dinamicen un territorio.
Las inoportunas declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sobre su intención de cazar el Mobile World Congress (MWC) a pocas semanas de que se inicie otra edición del encuentro tecnológico aún levantan polvareda. Más, porque ella misma insistió en el tema en su reciente visita al Círculo Ecuestre de la capital catalana para inaugurar el ciclo de conferencias Agendas Cruzadas Madrid-Barcelona. El mismo escenario en el que alguien tan poco sospechoso de independentista como Enrique Lacalle le recordó que en lo único que debían competir Madrid y Barcelona era “en el fútbol”.
El empresariado catalán también está por la labor. Foment del Treball insiste en tejer alianzas con el resto de urbes de España como parte de los retos del mandato de Josep Sánchez Llibre. En Barcelona, las organizaciones económicas locales se han topado con un ayuntamiento que se mantiene de espaldas a ellas. Ya sobrevivieron al primer mandato de Barcelona en Comú, el partido de Ada Colau, en la diana. Sienten que sus negocios son “los grandes enemigos a batir” del consistorio y el pacto de la nueva legislatura con el PSC no ha cambiado lo más mínimo esta percepción.
Jaume Collboni, el primer teniente de alcalde, les escucha y toma nota de sus demandas, pero no ha promovido por el momento ningún cambio visible. Es más, ha avalado cuestiones tan polémicas como el próximo corte de calles o la subida de tasas de las terrazas.
Barcelona aún vive de las rentas del pasado y son de nuevo las organizaciones y lobbies privados los que indagan sobre cuál debe ser la ciudad del futuro. Como el Círculo de Economía o BCN Global, la entidad que esta semana ha dado a conocer una lista de inmuebles en desuso en el centro de la ciudad que propone recuperar tanto para arrendar a particulares como para fines económicos. En una urbe con un parque inmobiliario limitado, la Administración no había reparado en ello.
Madrid ha conseguido en los últimos años convertirse en una ciudad dinámica a pesar de su caos histórico. Pero en el plano político parece ser que se dedica a hacer de coche escoba de proyectos de Barcelona, se llamen MWC, filial del Hermitage o incluso la pasarela 080, la discreta cita de la moda en Cataluña, tal y como recordaba hace pocos días el redactor jefe de Crónica Global, Gerard Mateo. Tampoco parece disponer de una hoja de ruta clara tras el cambio de color político en el ayuntamiento.
Cooperar es una palabra que los dos principales municipios del país han borrado de sus respectivos cuadernos de bitácora a pesar de los numerosos discursos públicos en este sentido. Tampoco parece que tengan muy claro hacia dónde navegan y siguen en el aire grandes preguntas como qué perfil se quiere fomentar para la Barcelona o la Madrid de aquí a cinco años. O, la más importante, ¿qué precio se está dispuesto a pagar para ello?