Presentar un libro de un autor crítico con el nacionalismo puede convertirse en un acto rayano en lo heroico en algunos lugares de Cataluña. Es lo que ocurrió el sábado en Banyoles (Girona), donde el irreverente Albert Soler Bufí habló de Estàvem cansats de viure bé, un recopilatorio de sus artículos de los últimos cuatro años y cuyo hilo conductor podría resumirse perfectamente en el título del libro, que apunta la explicación más razonable de por qué estamos donde estamos.
El Ayuntamiento de Banyoles tiene 17 concejales, de los que 16 son independentistas. Históricamente, la ciudad nunca fue antifranquista, ni de izquierdas ni republicana, pero hoy su perfil político es ése. Tiene 19.800 habitantes, de los que un 27% no han nacido en Cataluña, un porcentaje casi idéntico a la abstención de las últimas municipales, el 28%. No sé si existe una relación directa, pero llama la atención. Sobre todo después de dar un paseo por los suburbios de la ciudad, con gran presencia de inmigrantes subsaharianos y árabes.
El caso es que la gente que anima la plataforma electoral que consiguió esa única plaza en el consistorio se resiste a permanecer muda, y de cuando en cuando organiza algún acto de resistencia para recordar a todo el mundo que están ahí, y para contarse entre ellos. También para no dejarse vetar, como define Salvador Oliva la actitud inquisidora del establishment catalán contra el discrepante. Este catedrático, poeta y traductor ya jubilado de la Universitat de Girona animó al centenar largo de congregados en el Museo Darder a persistir en la resistencia al régimen, aunque les pueda costar que sus excompañeros les retiren el saludo, como le ha sucedido a él con sus colegas universitarios.
Algo parecido cuenta Quim C. Fernàndez, el concejal rebelde, cuando se refiere a las relaciones con sus paisanos. "Antes, si salía a hacer un café, a lo mejor me saludaba con cuatro o cinco personas por el camino. Hoy, quizá me saludo con dos o tres. ¡Qué se va a hacer!"
Salir del armario fue la consigna más repetida por quienes participaron en la presentación, empezando por el propio Soler al que se le acercan muchos de sus lectores para decirle al oído, sin que nadie más les oiga, que comparten sus críticas al régimen.
Todo ello recuerda lo sucedido durante tantos años en las pequeñas ciudades del País Vasco, donde los no abertzales eran tratados como apestados por los poderes fácticos locales. Los tuits que habían circulado por Banyoles días antes de la presentación del libro hacían temer un escrache de las fuerzas vivas del Pla de l’Estany, tan intolerantes como sus jefazos. Pero al final no ocurrió nada y el aquelarre discurrió en el tono divertido y humorístico que tan bien dominan el autor y su presentador, Ramón de España.
Así, con ironía y buen rollo es como estos ciudadanos se enfrentan a un entorno asfixiante que les trata como de botiflers, ñordos, esquiroles y otras lindezas del estilo porque no abrazan el independentismo. Se consideran unos resistentes, como los habitantes del famoso poblado galo bajo el dominio romano donde vivían Astérix y Obélix. Poderse reunir en un ambiente amigable de cuando en cuando, sin esconderse, les da ánimos.
Lo más probable es que cuando esto acabe, como ya se empieza a vislumbrar en las grandes ciudades catalanas, nadie querrá pasar cuentas ni recordar el odio gratuito de estos años. Pasará como en Euskadi –como ocurrió en toda España al final del franquismo--, que los extremistas querrán olvidar su pasado y pasar como unos magnánimos que siguen perdonando la vida a los demás.