Es motivo de optimismo que los jóvenes demuestren compromiso político, pero es preocupante que los adultos no sepan gestionarlo y darle la dimensión adecuada. El caso de Greta Thunberg es paradigmático de esta connivencia que ha demostrado la clase política, bailándole el agua a la menor de edad. Sin atreverse a cuestionar si la pobre niña está en su sano juicio.
No es esta ni la primera ni la última vez que los ya entrados en edad se dejan arrastrar por esa ola romántica que es la nostalgia por la juventud perdida, y miran con cierta envidia a cualquier joven que piensa que va a hacer historia y a salvar el mundo. No son pocos los periodistas que, por ejemplo, han quedado rendidos ante las no-tan-jóvenes estrellas de Podemos y de la CUP. Con condescendencia, les perdonan su adanismo político. Pero ya se sabe que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones...
Entre la adhesión a recetas ya confirmadas por la historia que son erróneas y el cinismo, hay espacio para preservar cierto idealismo y compromiso para mejorar el sistema o, como en el caso de Thunberg, el planeta. Ese lugar es el de la racionalidad, y obliga a someter a crítica el discurso apocalíptico de la activista sueca. Para ello no hace falta confabular un plan de grandes empresas que estarían detrás de ella. Basta con deconstruir su discurso. Thunberg llegó a decir que le “habían robado su infancia” y, como acertadamente ironizó el escritor y artista Juan Abreu en las redes sociales, que se lo pregunten a los miles de niñas que cada año deben prostituirse por culpa de la pobreza en Caracas o que son víctimas de la trata en la zona del Mekong, en Camboya. A ellas sí les han robado la inocencia de la niñez.
El discurso apocalíptico tiene demasiada buena prensa cuando se hace en nombre del medio ambiente. Pero es tan nocivo como cuando lo aplica la derecha con el matrimonio gay o con la inmigración y concluyen que la familia tradicional o Europa está en riesgo de extinción. Thunberg, además, no es la primera. Como ella, hubo otra niña, Severn Suzuki, que hace 25 años en la sede de la Naciones Unidas [ver vídeo] también les cantó las cuarenta a los líderes mundiales, pero muchas de las tragedias de las que alertó no se han cumplido.
Ser menor no invalida para mostrar coherencia política. Tampoco hay que buscar una mano negra detrás de un interés que puede ser genuino. Thunberg, sin embargo, es víctima. Víctima de trastornos obsesivos que la han acompañado desde niña, de mutismo y ayuno selectivo, como advirtió la prestigiosa psicóloga Paulina Neuding, editora de Quillette. Víctima de un mundo adulto que, empezando por sus progenitores, ha alentado su discurso en lugar de matizarlo y ayudarla a configurar una visión ponderada de la realidad. Ninguna causa, tampoco la climática, justifica tratar a una niña como un medio o un mono de feria.