Las elecciones europeas se han visto oscurecidas por la enorme lucha por el poder que se ha establecido en España. Los comicios autonómicos y municipales han protagonizado la campaña electoral y se presentan como una segunda vuelta de las generales del 28 de abril. Pero este domingo en Europa todos sus países miembros se juegan el reto que planteó el historiador Tony Judt, al que hay que recordar de forma periódica. Es la disyuntiva entre una próxima decadencia, paulatina, o la lucha por mantener la dignidad alcanzada. Serán necesarios muchos cambios y reformas, pero lo que resuena otra vez es el golpe en la mesa de Tony Judt.
¿Cuál es?, ¿por qué Judt? El historiador lo constató en un libro esencial, Algo va mal (Taurus), con una asunción de la realidad que, sin embargo, se ha querido ocultar. La idea de que se había alcanzado una especie de consenso, una aparente calma, ha provocado en los últimos años un enorme malestar que han aprovechado los partidos populistas. Este domingo se comprobará el alcance de ese nuevo poder, de partidos de ultraderecha y populistas de todo tipo, que se mueven por factores diversos.
Lo que señalaba Judt es que no se pueden olvidar algunos principios casi primarios. Y aludía a la división de intereses --algo que no es negativo, simplemente existe-- que toda sociedad mantiene en su seno. Hay conflicto, y se debe manejar, pero no se puede cerrar los ojos y pensar que es algo que sólo destacan algunos filósofos políticos, intelectuales o periodistas taciturnos: “Se ha convertido en un lugar común afirmar que todos queremos lo mismo y que lo único que varía un poco es la forma de conseguirlo. Y esto es simplemente falso”, decía Judt, que lo simplificaba para hacer comprensible su posición:
“Los ricos no quieren lo mismo que los pobres. Los que se ganan la vida con su trabajo no quieren lo mismo que los que viven de dividendos e inversiones. Los que no necesitan servicios públicos --porque pueden comprar transporte, educación y protección privados-- no quieren lo mismo que los que dependen exclusivamente del sector público”. (…) “Las sociedades son complejas y albergan intereses conflictivos. Afirmar otra cosa --negar las diferencias de clase, riqueza o influencia-- no es más que favorecer unos intereses por encima de otros. Esto solía ser evidente; hoy se nos dice que son soflamas debidas al odio de clase y se nos insta a que lo ignoremos. De forma parecida, se nos anima a perseguir el interés económico y excluir todo lo demás y, de hecho, hay muchos que tienen algo que ganar con ello”. Judt escribía eso en Algo va mal, cuyo original es Ill fares the Land, publicado en 2010.
Ha llovido desde entonces. En ese lapso los europeos han pasado por una crisis económica de una enorme voracidad. Y también en estos años han aparecido los partidos populistas. Lo que defendía Judt es que las dos grandes familias europeas, la socialdemócrata y la democristiana, las que construyeron Europa tras los escombros de la II Guerra Mundial, se habían dejado seducir por los cantos de un neoliberalismo que había decidido que no existían ya las alternativas, que el gran consenso económico y social había llegado.
Ahora los dos candidatos de esas dos familias se juegan la presidencia de la Comisión Europea: o el socialista holandés Frans Timmermans o el democristiano alemán, del partido de Angela Merkel, Manfred Weber. Los dos podrían y deberían colaborar, y dejar a un lado esa lucha por intentar construir bloques alternativos contra el otro, con el peligro de ser utilizados por los populistas y la extrema derecha, de Le Pen o Salvini. Porque esas dos tradiciones políticas tienen más cosas en común, tienen la obligación de defender el trabajo alcanzado y reformar lo que sea necesario para poder atender al máximo número de ciudadanos, a los que no pueden seguir la carrera que marca la globalización.
Porque esa es la cuestión. Con China y Estados Unidos en una guerra comercial que puede pagar la Unión Europea, lo que reivindicaba Judt es que la socialdemocracia fuera más atrevida, que no se inclinara ante el discurso neoliberal. Y aquellas palabras se convierten ahora en un reconocimiento amargo de que faltó valor, de que esos partidos que querían paliar los efectos del mercado pensaron que no era necesario ya luchar por cosas fundamentales.
Lo admite ahora Josep Borrell, el candidato del PSOE a las europeas, cuando señala que la socialdemocracia, la europea y la española, asumió los postulados del “ordoliberalismo” alemán, que es una escuela propia en Alemania, y que se basa en el ideario liberal, pero marcado por un corsé jurídico. Es particular de la cultura económica alemana, y ha contagiado a los países del norte y perjudicado a la periferia europea. De ello han emanado las políticas llamadas de austeridad. Fuera en Francia, en España o en el Reino Unido, con Tony Blair, esa socialdemocracia no supo reaccionar. Y ahora se ven las orejas al lobo, con los populistas dispuestos a romper la Unión Europea desde dentro.
Judt recuperaba una frase de Karl Popper, compatriota de Hayek, el ídolo de muchos liberales europeos. Decía Popper que el mercado presenta sus contradicciones: “Un mercado es paradójico. Si el Estado no interfiere, quizá lo hagan otras organizaciones semipolíticas como los monopolios, trusts, sindicatos, etc, dejando en una ficción la libertad del mercado”. ¿Qué les parece?
Todo eso está en juego en las elecciones europeas: encontrar un espacio común para mejorar la vida de los ciudadanos, con buenas regulaciones, en libertad, y con la inteligencia para que el populismo no encuentre razones para manipular a nadie. Tony Judt dio un golpe en la mesa, y espera que resuene este domingo en las urnas.