Muchísimas personas no habían reparado en la guerra comercial entre EEUU y China hasta que esta semana su nuevísimo Huawei ha sido amenazado de no ser actualizado. Es sólo un pequeño ejemplo de las graves consecuencias de un conflicto geoestratégico que se viene librando entre estos dos grandes gigantes de la economía mundial desde hace más de un año.
Como todo el mundo sabe, no estamos hablando de dos actores menores en la esfera política y económica mundial. En un lado del cuadrilátero, con calzón azul, tenemos a EEUU, con Donald Trump a la cabeza, con muchas ganas de mantener el papel de líder y con más ganas aún de ganar las próximas elecciones. Su política es realmente atrevida y no deja a nadie indiferente. Ha optado por bajar drásticamente los impuestos, desregularizar, eliminar burocracia interna, implantar políticas proteccionistas y nuevos aranceles para “defender” a los trabajadores/votantes de determinados sectores estratégicos.
En la otra esquina de ring, tenemos al campeón de Asia, China, con calzón rojo chillón, con un reciente palmarés de victorias económicas encomiable. Sigue manteniendo intacta su voluntad de liderar el ranking económico en base a ser la “fábrica del mundo”. Ha multiplicado casi por 4 su PIB nacional y per cápita en la última década, con un PIB similar al de toda nuestra zona euro y manteniendo unos niveles de deuda pública más que razonables (si nos creemos sus estadísticas). No todo son luces en el desarrollo del gigante asiático: yuan devaluado, primeros síntomas de burbuja inmobiliaria, población envejecida gracias a la política del hijo único, una clara falta de libertades y los conocidos elevados índices de contaminación atmosférica.
La mayor guerra comercial de la historia por su nivel de impacto económico se ha ido fraguando en base a unos hechos que resumo a continuación:
- Primer trimestre de 2018. Estados Unidos impuso nuevos aranceles a la importación de paneles solares, lavadoras, acero y aluminio de todo el mundo.
- Abril de 2018. China respondió con la imposición de aranceles a 120 tipos de productos estadounidenses valorados en 3.000 millones de dólares.
- En julio de 2018, Washington impone nuevos aranceles a bienes chinos a productos valorados en 34.000 millones de dólares. Pekín responde con tarifas sobre productos de EEUU equivalentes a otros 34.000 millones.
- Agosto de 2018. EE.UU anuncia aranceles sobre más productos chinos, valorados en 16.000 millones. Pekín contraataca con aranceles equivalentes a otros 16.000 millones sobre bienes importados de EEUU.
- Septiembre de 2018. Washington añade aranceles del 10% sobre una lista de productos de China por un valor de 200.000 millones. Pekín responde con aranceles sobre bienes estadounidenses valorados en 60.000 millones.
- Mayo de 2019. La Casa Blanca decide aumentar al 25% los aranceles impuestos a la lista de productos aprobada en septiembre (a más de 5.000 productos chinos valorados en 200.000 millones de dólares). Pekín afirma que habrá represalias, sin concretar.
Las consecuencias de estas escaramuzas son importantísimas para el mundo. Genera inestabilidad, movimientos de flujos financieros y turbulencias en la economía global.
Tanto la OCDE como el FMI han advertido que un conflicto abierto de estas características entre Estados Unidos y China puede llevar la economía global a la recesión. Algunos expertos en comercio internacional hablan de que las exportaciones chinas pueden acabar cayendo un 25% y las de Estados Unidos hacia Pekín lo harían incluso más: un 36%. Los recortes en el PIB serían del 0,6% para Washington y del 1,5% para China. Según un estudio de la OCDE, el porcentaje del PIB de EEUU que está en riesgo en caso de una guerra comercial global es del 1,5%. En China es del 4,3% y en Alemania, del 4%. Desde mi punto de vista, Europa es la más afectada por la guerra comercial, porque es la primera potencia comercial mundial y la economía más abierta de todas. Todo el antiliberalismo proteccionista que obstaculice el comercio la perjudica proporcionalmente más que al resto. En una economía globalizada, esta neumonía comercial nos acabará llegando a España en forma de resfriado.
Si la historia sirve de guía, las guerras comerciales pasadas provocaron un profundo impacto. A modo de ejemplo, se cree que los aranceles estadounidenses Smoot-Hawley promulgados en 1930 inspiraron una guerra comercial y condujeron a una caída masiva en el comercio mundial. Éste disminuyó en un 66% entre 1929 y 1934, mientras que las exportaciones e importaciones de Estados Unidos hacia y desde Europa también cayeron en alrededor de dos tercios. Aunque nadie dice que estemos en ese punto todavía, las empresas están más preocupadas que antes, especialmente por toda la incertidumbre. La mentalidad de "ojo por ojo" entre Pekín y Washington podría conducir a ambas partes a no querer bajarse de sus posiciones hostiles por temor a perder poder negociador.
Lo que es seguro es que esto está afectando a las alianzas comerciales en los grandes bloques económicos del mundo. Las partes buscarán nuevos socios comerciales, y se establecerán nuevas alianzas geoestratégicas que pueden cambiar los equilibrios políticos y acabar cambiando al mundo tal y como lo conocemos hoy. Por eso, Europa debe seguir dando continuidad a la estrategia de tratados comerciales que le ha llevado a firmar en los últimos tiempos tres de gran alcance. Con Corea del Sur --que ha generado ya grandes resultados para ambas partes--, Canadá --que ha incorporado nuevos sistemas más públicos de resolución de conflictos-- y Japón.
Hablaremos más sobre esta batalla, la más importante en términos comerciales en las últimas décadas...