Quienes identificamos al socialista Agustín Javier Zamarrón con Valle Inclán y no con Gandalf o Dumbledore pertenecemos a una generación bendecida por los tebeos de la Editorial Bruguera --yo también agradezco a Javier Pérez Andújar los continuos homenajes que hace en sus libros-- llenos de antihéroes, gamberros y perdedores.
Ya creciditos, quienes nos hemos dedicado al periodismo hemos conocido a políticos como Jordi Pujol, el de las cuentas ocultas en Andorra y el avui no toca. Lo digo porque el lunes, en la sesión constitutiva del Congreso que presidió Zamarrón, más de un opinador --de esos que retransmiten el juicio del procés como si fuera un partido de fútbol-- denunció que no se pudieran formular preguntas a los cuatro diputados y al senador procesados por el referéndum del 1-O cuando acudieron a recoger sus actas.
No hay que remontarse a la época de Pujol, en la que incluso algún que otro paniaguado del Govern se ponía en pie a su llegada y amagaba con colocar la mano en el corazón, para recordar casos de mordaza periodística. El jefe de prensa de Artur Mas acostumbraba a apartar a manotazos los micrófonos de las televisiones españolas en los pasillos del Parlament. No así a TV3 porque, según decía, “és la nostra”. Ese comentario le valió la reprimenda de su propio jefe.
Todas estas batallitas vienen a colación del doble rasero que genera el activismo independentista, que en ocasiones alcanza niveles de oxímoron. Que el vicepresidente del Parlament, Josep Costa, lamente la presencia de custodia policial de los presos independentistas y pida medidas al Congreso, para a continuación invocar la separación de poderes, es una contradicción tan grande, como la de culpabilizar al Gobierno de Pedro Sánchez de esos encarcelamientos. Eso va también por PP y Ciudadanos, que involucran al presidente español en una trama para suavizar las condenas por el 1-O.
Hasta que éstas lleguen, pese a quien le pese, la Justicia española ha actuado con un rigor y un respeto a los derechos de los procesados casi milimétrica. Esperar que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) condene a España porque, un día, el juez Manuel Marchena respondió con dureza a una testigo, resulta infantil. Y denota las pocas esperanzas, léase, pruebas que tienen los secesionistas para demostrar que, durante el juicio, se han vulnerado los derechos de los acusados. Porque eso es lo que va a juzgar el Tribunal de Estrasburgo, conviene reiterarlo, las garantías procesales, no el contenido final de la sentencia.
Tan escrupulosa ha sido esta causa que el juez Pablo Llarena allanó el terreno para que los diputados catalanes suspendidos tras ser procesados por el 1-O pudieran delegar el voto y mantener así las mayorías parlamentarias. Hoy son las Cortes españolas las que se encuentran en esa misma situación, es decir, debatiendo si es la Mesa del Congreso y del Senado o el Tribunal Supremo el que debe decidir la situación de los parlamentarios encarcelados.
Parece que habrá que esperar a que se celebren las elecciones municipales y europeas --ahí sí que se puede detectar un cierto tacticismo institucional--, pero sea cual sea la solución, el independentismo seguirá bramando. Recordemos que, en un nuevo alarde de insumisión y orgullo identitario, los neoconvergentes se negaron a delegar el voto en el Parlament, mientras que ERC sí aceptó la fórmula de Llarena, lo que colocó a ambos socios de gobierno al borde del cisma.
Esta situación se puede repetir en el Congreso con los mismos protagonistas, es decir, con Raül Romeva, Oriol Junqueras, Josep Rull, Jordi Turull y Jordi Sànchez. Estos tres solemnizaron su desobediencia a Llarena en una carta manuscrita enviada a la Cámara catalana y que también firmó Carles Puigdemont. ¿Harán lo mismo esta vez?
Todo ello demuestra que la pretendida finezza, léase, astucia del independentismo tiene más de peloteo mediático y mangoneo institucional que de estrategia seria. Es una suerte de win-win. A quienes obedecen al régimen les interesa perpetuar su modus vivendi, y eso pasa por nuevas mayorías secesionistas, es decir, por mantener el acelerador apretado en materia de propaganda, agitación y populismo.
Sí, populismo. El que sigue hablando de enemigos exteriores --el Estado-- y también interiores --colonos--, al más puro estilo de la ultraderecha europea. Dicen que esto va de democracia, aunque luego pisoteen minorías parlamentarias --días 6 y 7 de septiembre, veto a Iceta--, conviertan cada cita electoral es un plebiscito sobre una entelequia y bloqueen su propia acción de gobierno con prórrogas presupuestarias, pues vamos a una tercera en Cataluña.