La política española, la catalana, la municipal, la economía de todo el país dependerán, y mucho, de lo que suceda en Barcelona en los próximos meses. Mientras la ciudad se resiente del atraco a mano armada que ha significado la gobernación de Ada Colau durante los últimos cuatro años, de los perversos efectos que el procés ha tenido sobre sus empresas y profesionales, la capital emprendedora se empecina en sobrevivir con iniciativas civiles a espaldas de sus dirigentes.
Las batallas electorales que se librarán hasta final de año (y no hay que descartar unas elecciones autonómicas tras conocerse la sentencia del juicio del Supremo) son de tal magnitud e importancia que harán de la ciudad de los prodigios un lugar en el que se decidirán muchos futuros, no sólo el de la propia Barcelona.
El mundo de la política y de la empresa determinará en muy poco tiempo por dónde avanzará la capital catalana en la tercera década del siglo XXI. Y se trata de cuestiones que actuarán como vasos comunicantes, como un todo interrelacionado.
En la política española, que gobiernen España los conservadores o los progresistas, en las múltiples alianzas que se suponen, dependerá en buena medida de la batalla que librarán Inés Arrimadas, al frente de Ciudadanos, y Josep Borrell, de los socialistas, con el frente independentista en las demarcaciones electorales de Cataluña. Son dos pesos pesados del marketing político que tienen la virtualidad común de simbolizar un enfrentamiento inequívoco con los nacionalistas. Quienes pensaban que el PSOE exiliaría a Borrell a la Unión Europea deberán envainar sus argumentos a la vista de la apuesta que los socialistas juegan para reactivar el granero de votos del cinturón metropolitano barcelonés y debilitar la opción Arrimadas.
Todo Madrid da por hecho que el excelente resultado cosechado por Ciudadanos en las elecciones autonómicas, cuando reunió 1,1 millones de votos en contra del separatismo, puede revalidarse en las elecciones españolas. En clave catalana es mucho más difícil sostener esa tesis, porque los pupilos de Albert Rivera han generado un cierto cúmulo de dudas sobre cómo administraron ese capital político al renunciar a la investidura de Arrimadas, no plantear una moción de censura a Quim Torra o, más sencillo, los claroscuros de su proyecto alternativo. El acuerdo en Andalucía y la negativa a pactar con el PSOE para la gobernación española originan sorpresa entre un contingente de apoyos prestados que pueden replantearse su opción electoral o regresar a la abstención activa. Por si fuera poco, el discurso contra el diálogo con el soberanismo de Pedro Sánchez se les volverá en contra en la comunidad, porque Borrell ha sido el socialista catalán más combativo con el nacionalismo que se recuerda en los últimos años. Es más, quienes están del todo en contra de las mesas votarán a PP o a Vox por cuestión de mera fiabilidad. Habrá que ver, además, si esa negación previa a un gobierno PSOE-Cs es tan fiable como aquellas que lanzaba tiempo atrás Artur Mas cuando juraba, perjuraba y dejaba escrito ante notario que no pactaría con el PP. Le faltaba decir, salvo que sea estrictamente necesario para permanecer en el poder. Muchos opinan que el giro de Cs es tan endeble como lo que decía Mas.
En ese contexto español, la propia Barcelona, cada vez más burguesa y nacionalista, se prepara para tener un alcalde alejado, mucho, de la política que nace en Madrid. La encuesta divulgada ayer por este medio es inequívoca en señalar la consolidación del republicano Ernest Maragall al frente de las preferencias electorales. El Tete ocupa el espacio que antaño pilotaron desde la centralidad el PSC o CiU en la Ciudad Condal. La aventura de Manuel Valls no gana espacio entre los barceloneses y, esto es aún más importante, no entusiasma ni a los votantes que apoyaron a Ciudadanos en las autonómicas. Habrá que ver cómo evolucionan las tendencias en esos vasos comunicantes referidos, pero el gobierno que se vislumbra para la Ciudad Condal pasa por un alcalde republicano que gobierne con el apoyo de una Colau perdedora o, si se produce el repunte de última hora de la candidatura del PSC gracias al efecto Sánchez, un combinado entre ERC y PSC con apoyos puntuales de los Comunes y la retirada de la actual alcaldesa a la oposición. Los republicanos ocuparán el centro del espacio político y se lanzarán a tomar el control de instituciones tan importantes por su presupuesto e influencia como la Diputación de Barcelona o el Área Metropolitana de Barcelona.
Si la política será determinante en este periodo, también los cambios y relevos en las instituciones del ámbito empresarial tienen una inusual importancia. Está previsto que en muy poco tiempo se renueven las cámaras de comercio catalanas, que llevan con los mismos órganos de gobierno desde tiempos pretéritos por innumerables atascos legales. El nacionalismo nunca había jugado en estas elecciones de manera clara, porque la mayoría de los dirigentes tenían proximidad a CiU y facilidad para entenderse con el PSC. Con el campo soberanista tan dividido y el activismo venido a más, asociaciones como la ANC han llamado a tomar el control de estas entidades de representación e influencia empresarial. En la de Barcelona, la mayor por presupuesto y proyección española, la presión independentista lleva a un grupo poco representativo de empresarios y a la patronal de pymes a poner al veterano Enric Crous al frente de una candidatura que habla más de país que de empresas porque cuenta con el apoyo indirecto y discreto de la propia Generalitat. Aunque tras conocerse que Carles Tusquets llega a esas mismas elecciones con una arquitectura de apoyos, sensibilidades y adhesiones mucho más plural e independiente de los poderes públicos, las posibilidades del separatismo empresarial con su tentativa pueden diluirse como un azucarillo. El mundo de la empresa, salvo hiperventilados de última hora, mira el fenómeno político catalán con distancia.
Jordi Alberich lo definía ayer en Crónica Global con certero análisis. Lo que está sobre la mesa de las cámaras de comercio de Cataluña es cuál es el camino correcto: recuperar dinamismo empresarial o ahondar en la pérdida de poder económico a favor de Madrid. Y ahí, Barcelona también se la juega tanto como en el ámbito político.
En una semana en la que la capital mediterránea reúne a lo más granado de las tecnologías mundiales de la movilidad en comunicaciones, pese a las actuaciones teatrales de la alcaldesa, sin Uber ni Cabify prestando servicio, con los trabajadores del Metro en pie de guerra… pese a todo ello, incluso con el independentismo dividido y rabioso por la actuación del poder judicial con sus líderes, Barcelona será el centro de España en lo político y económico hasta la llegada del verano. Una ciudad importante, si entre todos no provocan que descienda de división.