Facebook sopla esta semana 15 velas. La red social que dio el disparo de salida a una nueva forma de comunicarse y de compartir momentos de la vida privada ha pasado de ser una plaza en internet para encontrarte con amigos a estar en el ojo del huracán. Aún colea el escándalo sobre la privacidad de los datos de los 2.320 millones de usuarios activos que tiene en todo el mundo que provocó el caso Cambridge Analytica y los efectos que tuvo en las elecciones de EEUU.
¿Ha perdido usuarios? Las cifras que maneja la compañía no ratifican precisamente esta tesis. Sí que ha generado un cambio de usos que deja en un lugar poco honroso al gran público. Al final, las advertencias sobre el fin de los datos personales o del destino real de las fotografías que se comparten a través de esta plataforma se ven superadas por un comportamiento muy humano: cotillear.
Se entra en la aplicación móvil --la inmensa mayoría de las visitas se realizan en este tipo de dispositivo-- para ver qué comparte un amigo, la vecina del quinto o leer una información que aparece en el muro. Para compartir imágenes de las vacaciones, las mascotas o de cierta comida que pueda granjear likes, el grueso de los usuarios prefieren Instagram (propiedad de Facebook desde 2012) y para compartir mensajes, en España el rey es Whatsapp (también propiedad de Facebook, en este caso desde 2014).
Es decir, las principales vías de comunicación y de cierta exposición pública que la sociedad contempla como aceptable se mantienen sí o sí por alguna de las sociedades del gigante liderado por Mark Zuckerberg. El ejecutivo que desde hace años está centrado en intentar llevar internet a África y a otras zonas más remotas. ¿Para superar una barrera social y aprovechar las mejoras que puede aportar la tecnología? Más bien para expandir Facebook y sus filiales a todo el mundo. Es decir, ganar más usuarios y clientes potenciales. Cuestión aparte de su labor filantrópica a título individual.
Debería preocupar en cierto modo qué limites se pueden poner a una multinacional de este tipo sobre el control de la información de las personas. El debate sobre la privacidad se mantiene tanto a nivel público como sectorial. No en vano, será otro de los drivers del Mobile World Congress (MWC) que se celebrará en Barcelona a finales de mes. Es cierto que la innovación que representa el 5G, la inteligencia artificial o los dispositivos conectados (IoT) son los verdaderos protagonistas del evento, pero también se han organizado mesas de debate sobre el uso de los datos.
Los expertos coinciden en que en Europa hay mucha más sensibilidad sobre la privacidad de los datos y que se está a años luz de EEUU, donde la policía debe abordar casos de suplantación de identidad. Pero se mantiene cierta inmunidad sobre estas compañías. Su reputación aguanta el hecho de que comercialice con datos personales o que de forma sistemática se realicen todas las trampas posibles para evitar pagar los impuestos que corresponden a su actividad empresarial.
Google es otro ejemplo de ello. La justicia francesa le acaba de multar con 50 millones de euros por “falta de transparencia, información incorrecta y ausencia de consentimiento válido en la publicidad personalizada”, tal y como manifestó a finales de enero la Comisión Nacional de Informática y Libertades (CNIL). Una cuantía económica que se traduce en cosquillas y que tampoco ha evitado que los galos dejen de usar el buscador.
¿No hay competidores que estén a su alcance? Su posición de presunto monopolio es otro debate que se mantiene a nivel internacional. Aunque se acepta que tiene pocas posibilidades de prosperar porque no se pueden poner puertas al campo. La libertad de elección de los usuarios prevalece incluso cuando sus decisiones puedan ser como mínimo controvertidas.
La credibilidad y reputación de las multinacionales tecnológicas parece infinita. Por coincidencias de la vida, Facebook ha soplado velas en el inicio del año del cerdo chino. El mayor castigo que ha tenido la red social responde a las connotaciones negativas que implica una coincidencia del año lunar. Y sólo en una parte del mundo.