¡Váyase, señor Torra! Pero hágalo ahora. No espere a que se dicten las sentencias por el 1-O, pues este es el deadline que se ha autoimpuesto. Que cuando el president asegura que no aceptará una sentencia condenatoria no significa que vaya a abrir las puertas de las cárceles o a declarar la independencia de Cataluña desde el balcón del Palau de la Generalitat. Quiere decir que dimitirá y así se lo ha contado a varios líderes de la oposición. Quim Torra debería ahorrar tiempo a los catalanes y cesar de inmediato tras las imágenes de médicos, bomberos y estudiantes intentando asaltar el Parlament. No lo hicieron para reclamar la independencia de Cataluña, como él preveía, sino para denunciar la situación de los servicios públicos catalanes.
Los llamamientos a la movilización los carga el diablo. El propio Torra debería saberlo. Animó a los Comités de Defensa de la República (CDR) a "apretar". Y ellos respondieron atacando la Cámara catalana, por lo que el president les envió a los Mossos d'Esquadra, movilizados asimismo para reclamar mejoras laborales. Al igual que profesores y funcionarios. Sin embargo, el clímax de esa rebelión de trabajadores públicos es la denuncia presentada por dos sindicatos de la Policía Autonómica contra el Govern, al que acusan de abandonar a los menores extranjeros no acompañados (MENA). Fueron los propios mossos quienes dieron comida y cobijo a estos adolescentes en sus comisarías.
Torra quería un otoño caliente, pero lo único que ha logrado es el invierno de su desventura. Eso sí, parapetado en su despacho donde ayer recibió al exlehendakari Juan José Ibarretxe, ambos pertenecientes al club de los soberanistas fracasados.
La revuelta de los trabajadores públicos dio ayer la puntilla al procés. La cortina de humo que tapaba recortes y corruptelas se evaporó hace tiempo y ahora ha bajado el telón para los hiperventilados secesionistas que todavía creen en el fugado Carles Puigdemont y su república virtual. Pero los hay que insisten en los bises.
Así, mientras Torra optaba por el mutismo, como si eso de las huelgas del sector público no fueran con él, Eduard Pujol y Laura Borràs estuvieron verborreicos. El portavoz parlamentario se dedicó a ningunear las listas de espera, que tildó de "migajas", y aseguró que la independencia lo cura todo (perdón por el chiste). Por su parte, la consejera de Cultura metió en un brete a Miquel Buch divulgando secretos de sumario que, por lo visto, el titular de Interior le había chivado.
Borràs es muy culta, sí, pero de temas judiciales no tiene ni idea. Y frivoliza con ello. La exdirectora de la Institució de les Lletres Catalanes está convencida de que eso de las intervenciones policiales es consustancial a los cargos públicos. Cuenta que sus amigos ya le advirtieron de que, si se metía en política, le caería alguna. Unas risas... Desconozco qué referentes tiene, cuáles son sus fuentes y qué padrinos políticos ha tenido. Pero está claro que en la bancada parlamentaria de Junts per Catalunya todavía hay diputados que confunden inmunidad e impunidad. Y no es de extrañar. El propio Puigdemont jugó con esos conceptos cuando pretendía ser investido presidente por skype. Viendo la pasividad de determinados dirigentes ante las protestas sociales, me temo que es el gobierno de Torra el que cada día se vuelve más virtual.