La decisión de la justicia alemana de pasarse la euroorden del Tribunal Supremo español por el arco del triunfo ha sido, sin duda --y pese a los matices--, una victoria para el independentismo catalán. Y, entre otras consecuencias, ha supuesto un balón de oxígeno para Carles Puigdemont, al que muchos daban ya por políticamente muerto.
El expresidente autonómico prófugo --ayudado por los medios de comunicación públicos y concertados de Cataluña-- ha aprovechado este inesperado comodín para reivindicarse. Si hace unas semanas su destino era una larga y dorada jubilación en Bruselas al frente del Consejo para la República --algo tan relevante para el día a día de los catalanes como el Consejo Jedi de La Guerra de las Galaxias--, ahora todo es posible (salvo que vuelva a España, claro, en una temporada).
Es verdad que Puigdemont es un incordio para el Estado de derecho, para los constitucionalistas, para la Unión Europea y para la convivencia en Cataluña, pero también lo es para sus correligionarios independentistas.
Es verdad que Puigdemont es un incordio para el Estado de derecho, para los constitucionalistas, para la Unión Europea y para la convivencia en Cataluña, pero también lo es para sus correligionarios independentistas
El dirigente nacionalista seguirá marcando el paso al secesionismo, con la ayuda de los Artadi, Pujol, Madaula, Dalmases y demás gurús mediáticos a sueldo. Tiene claro que puede forzar la máquina al máximo e incluso permitirse unas nuevas elecciones, algo que temen las direcciones de ERC y el PDeCAT, más proclives a rebajar el tono del desafío al Estado y buscar un candidato limpio de procesos judiciales para levantar el 155 cuanto antes.
Y mientras avanza la cuenta atrás para otra convocatoria electoral --faltan poco más de cinco semanas--, los partidos independentistas siguen con sus fuegos artificiales, preludio de lo que seguirá siendo la política catalana con un Puigdemont influyente. El pleno de investidura convocado para este viernes no es más que otra artimaña cutre para tratar de hacer victimismo. De hecho, la candidatura de Jordi Sànchez no la apoya ni siquiera la ANC --entidad que presidía hasta hace unas semanas--, que sigue apostando por Puigdemont.
No sabemos lo que pasará en las próximas semanas y meses, pues los líderes del procés nos han demostrado en reiteradas ocasiones que su hoja de ruta se llama improvisación. Pero sí hay una cosa segura: la vuelta a la normalidad y a la estabilidad política y social en Cataluña está hoy más lejos que antes de la decisión del tribunal de Schleswig-Holstein.