El nombre de Ernest Maragall, El Tete para sus próximos, vuelve a sonar como posible candidato a la presidencia de la Generalitat. Sería la culminación de una larga carrera política, la mayor parte hecha a la sombra de su hermano Pasqual.
Primero en el Ayuntamiento de Barcelona, donde ocupó varios cargos hasta su nombramiento como concejal de Hacienda. Después pasó a la Generalitat para dirigir la Consejería de Educación. La leyenda urbana dice que él es el auténtico Maragall, aunque su hermano mayor tuviera más chispa y mejor imagen. Pero probablemente solo es la típica cortina de humo con la que se ha tratado de ocultar lo evidente.
La figura de El Tete podría concitar el consenso entre ERC, en cuyas listas fue elegido diputado en diciembre pasado; la CUP, que no quiere a un convergente; y la propia JxCat, puesto que sin pertenecer a su formación lo siente próximo y tampoco es militante republicano. Ha cumplido 75 años, lo que en principio podría ser propicio para una presidencia de transición en caso de que la justicia española acabe por hacer el trabajo sucio a los independentistas inhabilitando a Carles Puigdemont y a Toni Comín.
Es evidente que a él le va la idea. Su discurso del 17 de enero, el día de la inauguración de la XII legislatura, fue claro. Hizo una intervención impropia del presidente de la Mesa de Edad por su extensión y contenido; se dirigió básicamente a Ciudadanos, el partido que había ganado las elecciones, para decirle que este país es de los nacionalistas, y de nadie más.
Es difícil encontrar una intervención parlamentaria más agresiva que la de Ernest Maragall contra el PSC el miércoles pasado
El miércoles pasado se encargó de hablar en nombre de ERC para responder a una iniciativa del PSC, un partido en cuya fundación participó hace 40 años. Es difícil recordar una intervención parlamentaria más agresiva. Se trabajó a fondo la descalificación de los socialistas en general y de Miquel Iceta en particular, como si fuera el salvoconducto que le ha de llevar hacia otros horizontes; el certificado de la conversión, podríamos decir.
Llegó a acusarles de no haber escuchado a Cataluña en los últimos ocho años (José Luis Rodríguez Zapatero estuvo en la Moncloa hasta diciembre de 2011), que es la cantinela con la que se construye el relato del procés olvidando que Artur Mas gobernaba Cataluña hace apenas seis años --hasta noviembre de 2012-- con el apoyo del PP, pese a que la suma de los diputados del ERC también le daba mayoría absoluta. La reconstrucción de la historia tampoco recuerda que CiU dirigía el Ayuntamiento de Barcelona con la ayuda del PP hasta las municipales de mayo de 2015.
Es posible que el fondo de esa especie de odio africano --con perdón-- de Ernest Maragall hacia el PSC tenga que ver con la defenestración de la Generalitat de su hermano. El socialismo catalán cedió a las presiones de Rodríguez Zapatero para relevarle y poner en su lugar a José Montilla. Lo que no se entiende es que mantenga ese rencor mientras se pasa a las huestes del impulsor del procés, el mismo que exigió la cabeza de Pasqual al entonces presidente del Gobierno y secretario general del PSOE a cambio, entre otras cosas, de tragar con el cepillado del Estatuto del 2006 en el Congreso.
En un reciente debate de TV3 entre José Manuel García Margallo y Ernest Maragall, éste no paraba de lanzar generalidades y afirmaciones vagas para sostener sus tesis, medio perdido en un océano de quejas y lamentaciones tan queridas entre los nacionalistas. Los realizadores iban incrustando en la pantalla decenas de insultos al exministro lanzados en internet, así como piropos al Tete. Apareció uno absolutamente cañí y premonitorio: "Este hombre es como el vino, mejora con el tiempo". Ojalá no descorchen la botella para que siga madurando.