En julio de 2011, Carles Puigdemont fue agredido cuando entraba en un local de Girona para asistir a una conferencia de Boi Ruiz. Unas doscientas personas, con pegatinas de UGT, CCOO y la CUP, protestaban contra la política de recortes del Gobierno de Artur Mas. Le empujaron, incluso le arrojaron un objeto a la cabeza.
El entonces conseller de Salud, que llevaba un año metiendo la tijera en la sanidad pública catalana, optó por acceder al auditorio por la puerta trasera para evitar al grupo de indignados. Ruiz, que venía de la sanidad privada --a la que ha vuelto--, sabía de qué iba la cosa.
CiU había ganado las elecciones autonómicas de 2010 con 62 diputados. ERC disponía de 10 escaños, por lo que Mas hubiera podido formar un gobierno nacionalista sin mayores dificultades. Pero en sus planes entraba la aplicación de una política de austeridad que los republicanos quizá no hubieran apoyado, así que optó por gobernar en minoría con el apoyo directo e indirecto del PP, que tenía 18 diputados en aquel Parlament.
Los convergentes eran unos europeístas convencidos --presumían de ello--, hasta el punto de que aceptaron sin rechistar el austericidio que recomendaban los tecnócratas de Bruselas; lo hicieron con mucho más entusiasmo que José Luis Rodríguez Zapatero.
¿Qué debía pensar el propio Artur Mas cuando oía ayer a Puigdemont hacer un discurso radical, de indignado, de protesta en la calle, de la mano de los cupaires, en el corazón de la Unión Europea? ¿Bruselas acertaba cuando recetaba cortar gasto y bajar impuestos para sanar la economía y ahora se equivoca si pide acatar la ley?
Puigdemont está hoy donde estaban sus agresores de entonces, pero él sigue en el mismo partido
Los seis años transcurridos desde aquel 11 de julio de 2011, cuando el flamante alcalde de Girona --lo era desde hacía 10 días-- ignoraba tan ingenuamente las consecuencias sociales de la política de su partido, y el día de ayer están repletos de acontecimientos; muchos denominados cansina y repetidamente de históricos. Pero ninguno explica de forma consistente un giro tan radical, ni siquiera la suma de todos ellos: Puigdemont está hoy donde estaban sus agresores de entonces, pero él sigue en el mismo partido.
Lo más grande, sin embargo, lo que más asombra, es que 45.000 personas viajen más de 1.000 kilómetros para oír un discurso recriminatorio y victimista contra la Unión Europea. Y, aún más, que las encuestas apunten la recuperación del voto de un partido castigado por la corrupción y que ha dado tantos giros como éste (CiU-PDeCAT-JxC), fundado por un banquero sin éxito y que ahora clama contra el capitalismo y los grandes grupos económicos.