Decía Oscar Wilde que la ambición es el último refugio del fracaso. Mirando al presente y al empresario barcelonés Antoni Abad parece claro que el escritor irlandés atinó. Abad es un rara avis del mundo empresarial catalán: a diferencia de sus compañeros, no es muy discreto ni esconde sus amplias ambiciones.
Hace años, fue uno de los integrantes de la lista de CiU por Barcelona al Congreso de los Diputados. No pudo obtener el escaño porque la formación nacionalista no consiguió los votos suficientes y se quedó a las puertas. En CDC era el responsable de la comisión de industria del partido y, en Terrassa, donde se halla alguno de sus intereses empresariales, se introdujo en la patronal local Cecot. Allí topó con un empresario con mucha más personalidad que la suya, el popular Eusebi Cima, que era entonces el responsable de la asociación empresarial egarense. Tan fuerte liderazgo ejercía Cima que Abad hubo de conformarse con actuar como un segundón en la patronal hasta que su presidente decidió abandonar el cargo y dedicarse a otros menesteres por razones de edad y de planteamiento personal y profesional.
A diferencia de otros empresarios catalanes, Abad no es muy discreto ni esconde sus amplias ambiciones
Cuando por fin Abad logró controlar la Cecot, el empresario que reside en Barcelona pero preside la patronal de Terrassa quiso más. Lo de patrono comarcal le parecía insuficiente y empezó a poner en valor sus contactos convergentes en busca de acomodo. Guardará de mentir: tras formarse el primer gobierno de Artur Mas me confesó que aspiraba a la Consejería de Industria, cargo que el entonces presidente catalán prefirió conceder a Francesc Xavier Mena, uno de los responsables de ese área que más contestación pública y privada concitó en mucho tiempo.
Esperó a la siguiente remodelación fruto de las siguientes elecciones y Mas tampoco le dio coche oficial. Aquello le dolió de forma infinita y se dedicó de nuevo a la patronal. Como buen convergente, hizo el tránsito para pasar de coquetear con el PP al independentismo puro. Incomodó a Foment del Treball, la confederal a la que estaba afiliada, en varias ocasiones. La primera de ellas, echando la vista atrás, fue tras las desafortunadas declaraciones del que fuera presidente de la CEOE, José María Cuevas, a propósito de la “opa a la catalana” que había formulado Gas Natural sobre Endesa. Luego, más tarde, invadiendo territorios que no le correspondían, y finalmente poniendo Cecot al servicio del independentismo más radical entre las pymes y sus empresarios.
Abad ha puesto Cecot al servicio del independentismo más radical entre las pymes y sus empresarios
Foment se ha hartado de sus permanentes estira y aflojas en la prensa. Quieren obligarle a salir. Sus compañeros empresarios le recriminan que lo que dice ante los micrófonos lo calla ante ellos y se niega a debatir en el foro que corresponde, donde muestra, dicen, una postura de cobardía. Y, ahora, lo ha vuelto a hacer. Ha decidido que no sólo no se va de la gran patronal catalana, sino que intentará tomar el control en las próximas elecciones. Puede que sea una estrategia para vender su salida: no deja Foment porque le despachen, sino por querer darle un giro a la organización. Quizá sólo constituya un error humano. Ahora también se postula para presidir la futura Cámara de Comercio de Cataluña. Es un no parar. Escribía Montesquieu que un hombre no es desdichado a causa de su ambición, sino porque ésta lo devora. Pues eso parece.