Llegan tiempos de decisiones en Cataluña. En breve, las urnas deberán decirnos cuál es el estado mayoritario de opinión sobre un tema que sólo propone a debate una de las partes. ¿Queremos ser o no queremos ser independientes? That is the question.
Como una parte de la sociedad se ha activado llevando unas usuales elecciones autonómicas a la condición política de plebiscitarias, la otra empieza a hacerlo. De forma lenta, eso sí. Quienes están conformes con el actual estado de cosas no tienen prisa, mientras aquellos que aspiran a revolucionarlo están sumidos en un estado de enorme excitación sentimental.
La economía no entiende de inseguridades jurídicas. La independencia no es una balsa de aceite para las empresa
Lo cierto es que la cuestión está presente, a favor o en contra, en nuestras conversaciones cotidianas. No sólo porque los medios de comunicación de la Generalitat y aquellos que viven de los subsidios públicos agiten de manera constante la propaganda favorable a la ruptura con España. También porque, en general, los efectos que pudiera tener una eventual ruptura o una situación de máxima tensión política se dejarían sentir sobre la sociedad en general.
Algunos ámbitos silenciosos de la sociedad civil han empezado a pronunciarse. Por ejemplo, los empresarios catalanes de Foment del Treball han lanzado un documento contrario a los experimentos separatistas. La economía no entiende de inseguridades jurídicas y sacar adelante la independencia de un país no es justamente una balsa de aceite para las empresas.
Pero los dos principales banqueros catalanes, que en privado abominan de la independencia, siguen jugando en público a esa actitud dual de quedar bien con todo el mundo, como si por el hecho de tener clientes en uno y otro lado del escenario político no debieran proteger sus intereses estratégicos como entidades financieras. Tanto el Sabadell como Caixabank ya poseen mucho más negocio fuera de Catalunya que dentro. Su nombre les delata y saben que ante una eventual ruptura traumática sufrirían de manera clara.
La Caixa ya sufrió un silencioso boicot; el Sabadell tiene un puente de mando con una vela a Dios y otra al diablo
Ya pasó con Caixabank y aquellos remotos boicots al cava y a lo catalán en general. Muchos clientes tomaron nota de la ambigüedad ejercida por el banco que preside Isidro Fainé. Apreciaron que jugaba con todas las cartas, y retiraron fondos y depósitos. El asunto se minimizó en su dimensión pública para evitar que se produjera un efecto contagio, pero el fenómeno existió. Hubo que patrocinar a la selección española de fútbol para dejar clara la raíz española. No era un santo de la devoción de Jaume Giró, el hombre de La Caixa que da la cara, pero se pagó y se calló.
Parecido pasa con el adusto Josep Oliu. Pone una vela a Dios y otra al diablo. Contrario furibundo a la independencia tiene una parte de su cuarto de mando repleto de dubitativos ejecutivos. Entre ellos destaca el consejero delegado, Jaume Guardiola, un hombre sociológicamente convergente que regresó a trabajar a Barcelona pese a ser un alto cargo del BBVA en Madrid. Sacrificó su enorme proyección para acudir de forma regular al Camp Nou. El Banc Sabadell ha sido algo más contundente que Caixabank, pero ninguno de los dos ha sido categórico en pronunciarse de forma contraria a una independencia que amenazaría sus intereses más esenciales.
Me consta, de forma fehaciente, que Fainé ha trabajado en el subsuelo para evitar que la situación política llegara hasta el momento actual. Sin embargo, ni él ni Oliu han sido capaces de asumir el compromiso público deseable para evitar la degradación constante de la vida política catalana. Muchos dicen que tampoco es su obligación o que no son nadie y que su voto vale lo mismo que el del indepe de Agramunt, pero la historia está llena de grandes decisores que asumen o rehúyen sus responsabilidades en momentos históricos.
El caso de los banqueros catalanes es obvio: ni un paso al frente de manera pública y todos los posibles de forma privada. Discreción y prudencia bancaria le llaman ellos. Pero, entre nosotros, la puntita nada más…