Si la economía de un país fuera una película de cine negro, casi siempre el malo sería la tasa de inflación. No es quién ejecuta el asesinato, pues éste lo suele cometer el tipo de interés, sino quién contrata al asesino. En las etapas expansivas, más pronto o tarde, la existencia de un exceso de demanda en un importante número de bienes y servicios lleva a las empresas a subir sus precios. El resultado es un indeseable aumento de la tasa de inflación.

A corto plazo, para evitar a medio término efectos muy perjudiciales sobre el conjunto de la economía, la principal prioridad de las autoridades debe ser mantener dicha tasa a un bajo nivel. Generalmente, el instrumento utilizado es el aumento del tipo de interés de referencia del banco central. Aunque su incremento devuelva a la variación anual del IPC al nivel deseado, normalmente genera un efecto secundario muy nocivo: la entrada del país en una fase recesiva o de estancamiento.

Por tanto, una subida importante de la tasa de inflación, como la que tuvo lugar en España durante el pasado mes de mayo, puede constituir un presagio de la vuelta de los malos tiempos. En dicho mes, aquélla se situó en el 2,1% anual y superó en nueve décimas a la observada en abril.

Ante dicha situación, surge una pregunta obvia: ¿vuelve a ser un peligro la tasa de inflación? En el presente artículo, detallaré las causas que han originado la subida indicada, analizaré si son coyunturales o estructurales y, finalmente, responderé a la pregunta efectuada.

Para identificar los motivos del incremento de la variación anual del IPC, consideraré como inflacionistas aquellos bienes o servicios cuyos precios tuvieron en mayo una positiva evolución respecto al mismo mes del ejercicio anterior. En otras palabras, los que en el mes analizado han subido más o bajado menos que en idéntico período de hace un año.

En mayo de 2018, los principales culpables del aumento de la tasa de inflación anual fueron las rúbricas de transporte, vivienda, ocio y cultura, alimentación y bebidas no alcohólicas y hoteles, cafés y restaurantes. Sin duda, el petróleo fue el gran protagonista. En un año, la variedad Brent pasó de un precio medio de 51,39 dólares a uno de 76,93 dólares. Por tanto, un aumento en doce meses del 49,7%.

Su subida afectó directamente a todas las anteriores partidas, excepto las de alimentación y bebidas no alcohólicas y hoteles, cafés y restaurantes. La de transporte al aumentar el precio de los carburantes, lubricantes y de los viajes en avión, la de los gastos corrientes de la vivienda al afectar al importe de la electricidad y del gasóleo para calefacción y la de ocio y cultura al provocar un incremento del importe de los paquetes turísticos.

Desde mi perspectiva, el aumento del precio del petróleo será difícilmente perdurable, pues su nuevo importe hace muy rentable volver a explotar yacimientos convencionales en EEUU, mediante la técnica del fracking, y de arenas bituminosas en Canadá. A finales de 2018, su rápida puesta en funcionamiento llevará dicho precio a un nivel sustancialmente inferior al actual.

El mejor testimonio del carácter coyuntural del aumento advertido lo ofrece el diferente nivel alcanzado en mayo por la tasa general y la subyacente  La primera incorpora los cambios en los precios de los bienes y servicios que adquiere una familia media. La segunda también, pero excluye los componentes cuyos importes son más volátiles, tales como los productos energéticos y los alimentos no elaborados.

Al ser el petróleo y las frutas y hortalizas los factores que más hicieron subir la variación anual del IPC, la tasa de inflación subyacente únicamente ascendió al 1,1%. Por tanto, se quedó un punto por debajo de la general y solo fue una décima más elevada que la observada el mismo mes del año anterior.

En definitiva, aunque en mayo la tasa de inflación general anual pasó del 1,2% al 2,1%, ésta continuó sin ser un problema para la economía española. La clave estuvo en que su subida fue en gran medida culpa de los componentes más volátiles del IPC. Por tanto, afectó mucho menos a la subyacente, cuyo aumento solo fue de tres décimas (0,8% al 1,1%).

Una opinión que probablemente comparte el BCE, pues en la reunión de la pasada semana sorprendió positivamente al mercado. En ella, decidió alargar el período de compra de deuda pública y privada tres meses más (hasta diciembre de 2018) y manifestó su intención de dejar, como mínimo hasta el verano de 2019, el tipo de interés de referencia en el 0%. Unas decisiones que no hubiera adoptado si la inflación futura le preocupara mínimamente.

Por tanto, a corto plazo, tranquilidad absoluta. Más allá de éste, pasará lo de casi siempre: la tasa de inflación volverá a subir, el tipo de interés de referencia también lo hará y la economía empeorará. No obstante, antes de que ello suceda en la zona euro, lo hará en EEUU.