Pensamiento

Una verdad incómoda

31 diciembre, 2013 08:51

El nacionalismo catalán no ha sido nunca leal al Estado español, y tampoco lo será en el futuro. Esa es una verdad incómoda a la que los partidos políticos españoles no se querían enfrentar. Ahora no les queda otro remedio.

El catalanismo comprometido con la gobernabilidad de España sólo existió en la fantasía de las elites políticas españolas, como un tópico tranquilizador y como coartada para los más diversos pactos

En la redacción de la Constitución el nacionalismo catalán consiguió una ventaja fundamental: el modelo territorial del Estado se dejaba indefinido, abierto a continua negociación. A cambio, el nacionalismo simplemente aplazaba su objetivo: la independencia. En aquel momento, al fin y al cabo, no contaba con la fuerza ni con la influencia suficiente para conseguirlo. Las circunstancias aconsejaban ganar tiempo para poner en práctica una estrategia de construcción nacional que traería la independencia más adelante, de forma natural.

Nuestro sistema electoral otorgó al nacionalismo un poder político muy por encima de su peso electoral. Con menos votos que los que otras opciones conseguían en Cataluña en las elecciones generales, y con porcentajes ridículos en el conjunto español, CiU se convirtió en el partido bisagra que condicionó la política nacional durante años.

El catalanismo comprometido con la gobernabilidad de España sólo existió en la fantasía de las elites políticas españolas, como un tópico tranquilizador y como coartada para los más diversos pactos. Aunque el nacionalismo catalán presume cínicamente de su contribución a la gobernabilidad de España, lo cierto es que sus apoyos a los gobiernos de González, Aznar y Zapatero fueron siempre a cambio de debilitar el poder del Estado en Cataluña, y de ahondar en las diferencias entre los catalanes y el resto de los españoles. De paso, la participación del nacionalismo en la gobernabilidad le servía como gancho electoral, atrayéndole el apoyo de sectores moderados de la sociedad catalana. El nacionalismo alimentó el mito mientras le convino, y ahora lo utiliza como un argumento más del relato victimista: "Nosotros lo intentamos, pero España no quiso cambiar".

Los partidos españoles parecían aceptar la hegemonía nacionalista como un hecho inevitable, y a los nacionalistas como únicos interlocutores válidos de Cataluña. ¿Cuántas veces no hemos oído de boca de políticos españoles las expresiones "lo que Cataluña pide" o "lo que los catalanes quieren" refiriéndose a las demandas de los nacionalistas? En algunos momentos, los partidos nacionales llegaron a sacrificar los intereses de sus organizaciones y sus votantes en Cataluña para lograr el apoyo de los nacionalistas en Madrid. Esa posición de los partidos nacionales complicó aún más la difícil tarea de sus organizaciones catalanas.

El éxito de la estrategia nacionalista y los errores de los partidos españoles están a la vista. El nacionalismo es más fuerte que nunca. Dirige una enorme burocracia, domina los principales medios de comunicación de Cataluña, y cuenta con una "sociedad civil" hecha a su medida

El nacimiento y el crecimiento de un partido como Ciudadanos sólo puede explicarse como reacción a los graves errores de los partidos nacionales. Muchos de los que podrían ser los militantes más eficaces y los dirigentes mejor preparados del PSC y del PP engrosan hoy las filas de Ciudadanos. La indefinición ideológica de este partido y las numerosas dudas que lo rodean como organización joven, inexperta y limitada territorialmente no han sido un obstáculo para que miles de votantes catalanes, huérfanos de representación política, le presten su apoyo entusiastamente.

Hoy el éxito de la estrategia nacionalista y los errores de los partidos españoles están a la vista. El nacionalismo es más fuerte que nunca. Dirige una enorme burocracia, domina los principales medios de comunicación de Cataluña, y cuenta con una "sociedad civil" hecha a su medida. Su estrategia de adoctrinamiento y propaganda ha dado frutos: Una parte importante de la sociedad ha interiorizado la absurda fraseología nacionalista, creyendo además que se trata de ideas propias fruto de un pensamiento libre e informado. El contexto para lanzar el desafío definitivo al Estado y provocar su ruptura parece ideal: una gravísima crisis económica, unida al descrédito de las instituciones españolas.

Pero al abandonar su estrategia de peix al cove y optar por la confrontación abierta con el Estado, el nacionalismo puede haber cometido un error fatal que amenaza su propia existencia. En primer lugar, porque no cuenta todavía con una fuerza electoral suficiente para imponer cambios del marco institucional, ni para obtener el reconocimiento y la legitimidad internacional. En segundo lugar, porque se ha visto obligado a elaborar con urgencia un argumentario a favor de la independencia que no resiste ningún análisis sosegado, y que depende en exceso de la crisis española. En tercer lugar, porque su radicalismo sobrevenido lo aleja de los intereses de clases sociales y empresarios que hasta el presente han sido apoyos fundamentales. En cuarto lugar, porque el PSOE y el PP lo van a tener muy difícil para volver a conceder ventajas a unos partidos que han declarado abiertamente su intención de romper el Estado. Y en último lugar pero no menos importante: porque ha conseguido poner en guardia y cohesionar a sus adversarios dentro de Cataluña; y es que los adversarios más temidos por el nacionalismo somos los catalanes que no comulgamos con ruedas de molino.

Si el nacionalismo hubiera mantenido su estrategia, es probable que la independencia hubiera llegado de forma natural, como fruta madura. Al actuar a tumba abierta sólo puede obtener una victoria pírrica, y se arriesga a desaparecer como opción política creíble. Entonces, ¿por qué ha actuado así? ¿Desconocen sus dirigentes los riesgos a los que se enfrentan? ¿Se han visto arrastrados por su propio fanatismo? ¿Se han creído su propia propaganda? Puede ser. Pero más bien parece que el nacionalismo no ha tenido otra salida, y no porque la supervivencia de la patria estuviera en juego, sino porque la corrupción y las deudas amenazaban a toda la estructura de poder sobre la que se ha sostenido durante estos años.