El presidente de la Generalitat tiene un plan para alcanzar la independencia, como es sabido, tan sabido, que los independentistas que no lo comparten querían dedicarle una pitada en la próxima manifestación de la ANC para dejar constancia de su oposición. Pere Aragonès se la ahorrará, asistiendo a un acto más cómodo como el organizado por Òmnium, la asociación amiga de los republicanos. El plan de Aragonès es mucho más sencillo que el primer intento fracasado con estrepito, pero es tan increíble como aquel: la independencia caerá porque el Estado español nos la concederá, finalmente. Solo hay que armarse, pues, de paciencia.
En otras palabras, Aragonès ha hecho suyo el latiguillo más recurrente de los guionistas de cine americano: todo va a salir bien, te lo prometo. El presidente de la Generalitat promete a los suyos, a quienes se lo creen, que está dando los pasos necesarios para hacer realidad el sueño de la secesión, pero a su manera. Y su manera para avanzar es el del diálogo con el Gobierno central, del que tan solo espera que vulnere la letra y el espíritu de la Constitución de 1978 o que en el caso más complejo se aventure a redactar una nueva carta magna en la que se reconozca el derecho a la autodeterminación de los pueblos de España, comenzando por el de los catalanes.
La frase cinematográfica que describe perfectamente el mensaje con el que Aragonès sustenta su plan es una derivación del precepto bíblico “todo saldrá bien”. Aunque obviando citar la exigencia de poner los medios adecuados para que las cosas salgan bien. De no hacerlo así, la frase se limita a recoger una expresión de consuelo ante una situación desesperada o una fórmula de resignación propia de los deterministas, sinónimo de la fe en la existencia de un futuro favorable preparado por una mano anónima. Estando al caso todo el mundo de que la contraparte de la negociación en la que Aragonès descansa su esperanza ha repetido mil veces que no es de esto, de autodeterminación, de lo que se habla, no le extrañará al presidente de la Generalitat que sus correligionarios le esperen en la calle para abroncarle.
Nada saldrá bien a menos que se describa con precisión qué es lo que debe salir bien, huyendo de la repetición de las mentiras (presuntamente útiles como factores de movilización a futuro) en las que se sustentó el procés fallido. Nadie puede creerse que la estrategia actual del presidente Aragonès busque realmente la construcción de un Estado propio catalán; tal vez podría aceptarse que su plan es el de la consolidación de un gobierno catalán autonómico que actúe como oposición al sistema constitucional, convirtiendo a la Generalitat en una institución anti-Estado español, domiciliada en el Palau y gobernada por ERC, como primer partido de los teóricos independentistas. Para este plan del victimismo a la enésima potencia solo hay que mantener viva la división del país, aprovechándose de las dificultades electorales de alcanzar una mayoría transversal para acordar un gobierno alternativo.
De hecho, Aragonès ha justificado su ausencia de la concentración de la ANC por haberse convertido la fiesta independentista en un juicio a los partidos de su gobierno, especialmente a ERC, habiéndose olvidado, en su opinión, de la prioridad del movimiento: la lucha contra el Estado, una práctica que al menos da votos hasta ahora. Un estado al que representan en Cataluña él y la institución que preside, hasta que no se modifique el Estatut vigente. La confusión es tan monumental que el guionista de la película (incluso de ser producida por Mediapro) no tendrá más remedio que modificar el pobre y recurrente recurso utilizado para salir del paso de esta larguísima escena. Todo saldrá mal, se lo prometo.