Nada les duele más a los independentistas que cuando se les paga con su propia moneda. Por eso, la iniciativa (medio en broma, medio en serio), que circula en redes desde hace un tiempo, reactivada con fuerza tras las elecciones del 21D, a favor de segregar las áreas metropolitanas de Tarragona y Barcelona del resto de Cataluña y llamarla Tabarnia, crea estupefacción entre los separatistas. "Fronteras inventadas, nacionalismo étnico, populismo económico sostenido sobre agravios imaginarios...", criticaba en Twitter Aleix Sarri, asesor del eurodiputado ultranacionalista Ramon Tremosa. "Ni de derechas, ni de izquierdas, de Tabarnia", se le ocurrió soltar al irreprimible Gabriel Rufián. Y es que Tabarnia está obrando el milagro: hace que los nacionalistas se miren al espejo. Porque las razones que se esgrimen desde la Plataforma para la Autonomía de Barcelona son una ensalada de argumentos económicos, históricos, políticos y sociolingüísticos tanto o más legítimos que los independentistas.

Tabarnia ocuparía una extensa franja urbana del litoral y prelitoral, desde el sur de Tarragona hasta el norte del Maresme, que se identifica como “cosmopolita, orgullosamente bilingüe, abierta, dinámica, próspera, y con fuertes lazos económicos y familiares con el resto de España”, en palabras de Carla Arrufat, portavoz de dicho movimiento. Otra característica que uniría a los ciudadanos de este territorio es la existencia de un fuerte déficit fiscal entre lo que aportan y reciben de la Generalitat al ser la zona más rica e industrial de Cataluña. A partir de ahí, escribir la historia de Tabarnia tampoco sería un problema, pues se podría empezar con el pueblo íbero de los layetanos, seguir con la Tarraco romana, continuar con el condado de Barcelona, etc., subrayando siempre el carácter irreconciliable de ambas Cataluñas, la industrial y liberal frente a la rural y carlista, y así hasta la necesidad inevitable de constituir comunidades políticas diferentes.

Tabarnia no solo es una broma, ha llegado para quedarse y ser otro elemento más del "manicomio catalán", que diría Ramón de España, la otra cara de la moneda de la Cataluña surrealista que está creando el secesionismo

Ayer mismo, Crónica Global junto a otros medios se hacía eco de que miles de firmas reclaman en Change.org una Tabarnia formando una comunidad autonómica dentro de España como respuesta a la rocosa hegemonía secesionista en las comarcas catalanas interiores. Evidentemente, esa partición de Cataluña no figura en ninguna agenda política y, hoy por hoy, no es más que un juego, un escarnio, una provocación intelectual, que sirve para responder al separatismo con sus mismas armas.

Ahora bien, no solo es una broma, Tabarnia ha llegado para quedarse y ser otro elemento más del "manicomio catalán", que diría Ramón de España, la otra cara de la moneda de la Cataluña surrealista que está creando el secesionismo. Otro síntoma de que, si se agudiza la tensión política en la próxima legislatura, la dialéctica del desastre nos puede acabar llevando por caminos insospechados. Porque si aceptamos el criterio de que España es divisible, aplicando el principio del "derecho a decidir", tal como sostienen los independentistas, también lo es Cataluña. En Canadá, la Ley de Claridad recoge sutilmente la posible divisibilidad del territorio quebequés en caso de secesión, abre la hipótesis de redefinir las fronteras si poblaciones concentradas territorialmente solicitaran seguir formando parte de la federación canadiense. En Cataluña no habrá secesión, pero los ciudadanos constitucionalistas, mayoritarios en las zonas metropolitanas, podrían acabar suspirando un día por formar una comunidad política aparte para escapar de esta pesadilla. Así pues, ¡visca Tabàrnia lliure!