Pensamiento

¿Qué era una nación?

17 julio, 2015 08:21

Los fenómenos históricos parecen operar con una gran dosis de ironía. Imagino que la conciencia histórica, el conocimiento de los hechos pretéritos, nos deriva a paralelismos que no son otra cosa que anacronismos. Un refugio donde recalar en épocas de zozobra son una asidero del mismo modo que lo local, lo inmediato, desdibuja los más que necesarios análisis racionales, aquellos que necesariamente deberían objetivar una toma de decisiones alejada de lo emocional, de lo visceral, que debería graduar las dimensiones geográficas, humanas e intencionales de los problemas a los que se enfrenta Europa.

Es absurdo que el gobierno griego se parapete tras un referéndum populista en el que ofrece elegir entre la realidad y lo onírico

Resulta más que paradójico que sea precisamente en Grecia dónde se esté jugando y debatiendo qué es y/o qué debería ser Europa. Es preocupante que los griegos y la clase política griega surgida de la Gran Recesión antepongan lo suyo, la nación, la “identidad” griega, al proyecto europeo. Es lamentable que el debate se circunscriba únicamente a términos económicos y no se contemplen escenarios políticos y consecuencias geopolíticas. Es absurdo que el gobierno griego se parapete tras un referéndum populista en el que ofrece elegir entre la realidad y lo onírico, entre lo palpable y lo bucólico, entre la responsabilidad y la aventura.

Es una auténtica contradicción que el futuro de Europa se dirima en un referéndum en el que ha participado una parte ínfima de la población europea (poco más del 1%). Quizás, el problema al que nos enfrentamos va más allá del mero hecho, del suceso o el accidente geopolítico actual, si hacemos un paralelismo con los que hemos de sufrir los catalanes en esta otra parte de Europa llamada España. Parece que el nuevo paradigma posnacional está siendo ocupado por populismos de raíz demagógica, parece que la lógica del miedo a lo desconocido nos empuja hacia postulados de “democracia participativa”, que pueden ser la antesala de tiranías soft disfrazadas tras un falaz discurso igualitarista sin elementos teleológicos.

Esto nos lleva a invertir normas básicas de cualquier democracia representativa: el gobierno de la mayoría pero con respeto a las minorías. Si el 1% de los griegos pueden condicionar el futuro de más de 500 millones de personas, en España poco más del 2% de la población puede cuestionar la existencia misma del país. ¿No hubiese sido más lógico que en caso de tener que hacer un referéndum hubiésemos participado todos los europeos?

Decía Ernest Renan en una conferencia dictada el 11 de marzo de 1882 que “las naciones no son algo eterno. Han comenzado, terminarán. La confederación europea, probablemente, las reemplazará… Su existencia es la garantía de la libertad, que se perdería si el mundo no tuviera sino una ley y un amo”. Extrañamente, fue en la antigua Grecia, cuando Aristóteles, compaginando su labor intelectual con la de tutor de Alejandro Magno, teorizó sobre las ciudades-estado, sobre la idoneidad de esa forma de entender la política y la geopolítica. Sin embargo, lo que estaba haciendo era una autopsia de lo que fue, porque la ciudad-estado era algo caduco, cosa que demostraría su discípulo poco después. Eran los últimos estertores de una forma de vida caduca, pero la tormenta desatada por Alejandro –siguiendo los pasos de su padre Filipo II de Macedonia- no solo acabó con las ciudades como entidades soberanas, acabó con los pocos atisbos de democracia que habían asomado en la historia humana y que tardarían siglos en volver a aparecer.

Es por ello que de este nuevo paradigma político, ideológico y moral al que nos enfrentamos, esta hiper-reacción nacionalista/populista de corte identitario que responde al terror a la historia –como decía Mircea Eliade-, nos despiste de lo importante, de lo que en verdad nos deberíamos ocupar. Lo que el horizonte europeo debería garantizar es, precisamente, el reforzamiento de los derechos y libertades de los ciudadanos, blindar la democracia tal y como la conocemos en el que el individuo es el centro tanto de la soberanía como de la responsabilidad política y moral, donde lo público sea la herramienta y el instrumento con el que reforzar la sagrada esfera privada del ciudadano. No dejemos que el tsunami de la historia se lleve por delante la democracia y nuestra libertad.