Pensamiento

Psicohigiene en Cataluña

28 agosto, 2014 09:52

El arte de vivir requiere una porción de habilidades psicológicas. No las despreciemos, sería una necedad propia de sobrados o tontos. Hoy quiero partir de la 'psicohigiene', un concepto introducido hace casi medio siglo por el psiquiatra José Bleger (1923-1972), que fuera expulsado en 1958 del PCA (Partido Comunista de la Argentina) por no someterse a su dogmatismo. Esta primavera Javier Urra, primer Defensor del Menor en España, ha publicado un libro con ese mismo título: Psicohigiene. ¿De qué se trata esta idea así encapsulada? Viene a significar una actitud positiva ante la vida, que consiste en atender el desarrollo personal de nuestros afectos y reflexiones en sociedad, con la intención de "prevenir daños y reparar heridas" en nuestro entorno. Esta preocupación implica promover la capacidad crítica ante todo fanatismo, y –algo muy importante- que para disminuir la violencia ambiente renunciemos a instalarnos con rigidez en etiquetas. Cabe decir que la psicohigiene desaparece cuando se lastiman los derechos de los otros.

El modelo a seguir es el intercultural, con el fomento de identidades personales únicas y libres: distintas tras incorporar diversas herencias, pero unidas por el poderoso sentido de comunidad y solidaridad

El psicólogo clínico navarro Javier Urra ve la esperanza como una obligación ética. Y lamenta que sistemáticamente se asocie, sin asomo de duda, juventud con conflicto: "Jamás en una entrevista te preguntan por aspectos positivos de niños y jóvenes", no importa que sea un joven quien efectúe esas preguntas. Siempre, inexorablemente, se plantea el botellón, la violencia, la anorexia; en suma, se alimenta de forma mecánica otra grave distorsión más de la realidad. Nunca se cuestiona nada, se da todo por consabido.

Urra, que ha ejercido durante treinta años de psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, señala algo que todos conocemos, aunque miremos a otro lado. Hay niños rechazados que no son queridos por sus familias, que aprenden a rechazarse a sí mismos; de este modo, se inicia el primer paso de su autodestrucción. Asimismo, nosotros podemos decir que hay menores cuya tutela familiar es retirada temporalmente por las autoridades, como medida de protección a seres humanos mal atendidos, maltratados o que han sufrido abusos por parte de sus padres. En tales casos, y a diferencia de las adopciones, los niños continúan con su apellido. Sin embargo, como señala el psicólogo italiano Stefano Cirillo, "son innumerables los niños en acogida que manifiestan el deseo de asumir el apellido de sus tutores, borran el propio de sus cuadernos de escuela, dudan en invitar a casa a sus compañeros para que no descubran que las personas que les hacen de padres no tienen su mismo apellido...". Asistimos a dos vínculos en conflicto, ante una cuestión de lealtad y de doble pertenencia. También asoma ahí el riesgo de crecer como 'hijo de nadie', no pertenecer ni a la familia natural, ni a la acogedora.

¿Y qué ocurre cuando se pasa de la escala familiar a la social? Pensemos en nuestra Cataluña, donde más de la mitad de la población reside en el Área metropolitana de Barcelona, zona cosmopolita con 'apegos múltiples'. En estos momentos, la ideología hegemónica y dominante en nuestra Comunidad es la nacionalista; no siempre ha sido así y no siempre lo seguirá siendo. En el pesebre que se ha formado a su alrededor, hay grupos organizados que se sufragan con el dinero de todos y que se dedican a incompatibilizar nuestros afectos ciudadanos y nos bombardean con cosas como estas: "Només tenim una pàtria, som un sol país, Espanya ens roba". No hay derecho. Debemos plantarnos ante quienes ejercen de señores de la tierra: '¡basta de sumisión!'; recordemos: ¡la tierra para quien la trabaja! Reivindiquemos alegres, sin vergüenza ni desarraigo, un mestizaje desacomplejado, natural y cordial.

El modelo a seguir es el intercultural, con el fomento de identidades personales únicas y libres: distintas tras incorporar diversas herencias, pero unidas por el poderoso sentido de comunidad y solidaridad. Que cada cual se sienta como quiera. Les guste o no a los mandarines actuales, Cataluña es plural y lo seguirá siendo.