Vamos a hablar claro. Si la Generalitat está bloqueando con toda clase de argucias cualquier intervención del Ejército en Cataluña, ya sea para instalar hospitales de campaña ya sea para desinfectar geriátricos, no es ni por razones estéticas, ni porque no lo considere prioritario, ni porque algún mandamás del Govern guarde un mal recuerdo de la mili. Quiá. Ni tan siquiera es que al Govern catalán no le guste el Ejército español.

Lo que no les gusta a los que hacen como que mandan en Cataluña, es que el Ejército demuestre que sirve a los ciudadanos y, sobre todo, que estos se percaten de ello, como está sucediendo en numerosas poblaciones donde los soldados son recibidos por la población casi como héroes que los librarán del asedio de los bárbaros, que de hecho quizás sea eso lo que esperan de ellos. Al Govern catalán no es que le incomode, es que odia que unos señores de uniforme le demuestren que en situaciones de emergencia se debe estar al lado de los ciudadanos y dejarse de politiquerías. Eso es lo que no soportan del Ejército: que les deje con las vergüenzas al aire.

No debe de ser agradable que tú salgas cada día en TV3, dónde si no, a quedar como un botarate diciendo naderías mientras la gente muere a capazos, y que vengan unos señores de uniforme que, sin pronunciar palabra, se ponen manos a la obra. Quizá los militares deberían ser un poco más amables con los dirigentes de la región que los recibe e intentar ser tan vagos como ellos o, si eso les resulta demasiado difícil, por lo menos demorarse un poco haciendo declaraciones, concertando reuniones, concediendo entrevistas y escribiendo en Twitter, que es lo que se estila entre la clase dirigente catalana. Venir a Cataluña y aplicarse en soluciones para ayudar a los ciudadanos, no es sólo una falta de respeto, es que incluso los mismos ciudadanos pueden padecer un síncope anta la falta de costumbre.

Uno se desgañita durante años para convencer a sus conciudadanos de que el Ejército español es una banda de asesinos que está pidiendo a gritos una excusa insignificante para entrar por la Meridiana con sus tanques y sus misiles, disparando a las viejecitas y violando a la niñas, o al revés, qué más da, para que a la primera pandemia los hechos demuestren lo contrario. Estaba escrito que el coronavirus no podía traer nada bueno.

Ni hospitales de campaña, ni desinfección de geriátricos, ni nada. Si el Ejército viniera aquí a cortar carreteras para reclamar sus cosas, o a realizar bonitos desfiles con música militar, Torra en persona les mandaría la policía para ayudarlos a tocar las narices a los conductores o él mismo tocaría el tambor. Pero venir a trabajar, eso sí que no, que le dejan como un piernas. El presidente catalán venga escribir tuits sobre el libro que escribió y sobre la gramática catalana que encontró mientras revolvía en sus muchas horas de ocio en la Casa dels Canonges donde vive confinado, o venga conceder entrevistas en las que revela lo mucho que reza, para que venga un simple sargento a llevarse los aplausos --metafóricos y literales-- de los catalanes. Hasta aquí podríamos llegar. Hay que movilizar a los fieles, entre los que no puede faltar TV3, para que dejen claro que el Ejercito no es bienvenido en Cataluña. Si los catalanes se empiezan a dar cuenta de que con un poco de voluntad se puede trabajar en favor de los ciudadanos, acabarían reclamando a Torra y a su Gobierno que arrimaran el hombro. Y eso sí que no.