En 2019, el gobierno tiene previsto incrementar el salario mínimo interprofesional (SMI) desde los 735,9 a los 900€. Un aumento en términos porcentuales del 22,3% que proporcionará a los trabajadores menos cualificados el mayor incremento anual de poder adquisitivo desde la llegada de la democracia.

Las principales ventajas del elevado incremento del SMI son cuatro: aumenta sustancialmente el nivel de vida de los asalariados más precarios, reduce la desigualdad en la distribución de la renta, presiona al alza los salarios regulados por los convenios colectivos y estimula la demanda interna.

Si la inflación en 2019 es la prevista por el Ministerio de Economía (1,7%), la ganancia de poder adquisitivo será del 20,3%. Por tanto, el aumento del salario real será superior al conseguido durante toda la década previa, pues entre 2008 y 2017 aquél solo alcanzó el 9,7%.

En 2017, España era el país con peor distribución de la renta de Europa Occidental y el cuarto con mayor desigualdad de la Unión Europea (UE). Entre 2008 y 2017, el índice de Gini, mayor cuanto más elevada es la disparidad, aumentó en nuestro país desde el 32,4% al 34,1%. En la UE sucedió lo contrario, ya que disminuyó desde el 31% hasta el 30,3%.

En la última década, el crecimiento de la desigualdad ha estado sustentado en cuatro principales factores: el aumento del desempleo, el incremento del número de asalariados que trabajan de forma discontinua, el ascenso del trabajo a tiempo parcial y la disminución del poder adquisitivo de numerosos trabajadores a jornada completa

Los más beneficiados por el elevado incremento del SMI serán los colectivos más precarios. En otras palabras, los empleados a tiempo completo que no están protegidos por un convenio, los que trabajan solo unos días cada mes y los que lo hacen únicamente durante unas pocas horas cada jornada. En concreto, principalmente los jóvenes (entre 15 y 24 años), las mujeres y los extranjeros.

La subida del SMI producirá un corrimiento al alza del resto de salarios. No obstante, la magnitud de la subida de los demás será sustancialmente inferior. El aumento tendrá como base tres motivos: la existencia del SMI como referencia salarial en algunos convenios (por ejemplo, los que dicen que los trabajadores de una determinada categoría profesional cobrarán como mínimo 1,5, 2 o 2,5 veces el SMI), la utilización de la posición del gobierno por parte de los sindicatos en la negociación colectiva y el aumento de las pretensiones salariales del resto de trabajadores (el denominado efecto envidia).

Por un lado, el elevado incremento del SMI, al beneficiar principalmente a las familias menos pudientes, aumentará sustancialmente su dispendio, pues aquéllas procederán a gastar casi todo el incremento de renta obtenido (son las que tienen la mayor propensión marginal al consumo). Por el otro, el corrimiento al alza del resto de salarios, además de incrementar aquél, permitirá impulsar el ahorro y la capacidad de endeudamiento de muchos asalariados. El resultado será una mayor demanda de vivienda y un incremento sustancial de la inversión en construcción. Por tanto, aumentará la demanda interna y tenderá a hacerlo también el PIB.

Los principales inconvenientes pueden ser una menor creación de empleo, una reducción de los beneficios empresariales y un aumento de la inflación. El encarecimiento del factor trabajo provocará una disminución del margen unitario de beneficio (el obtenido por cada bien o servicio vendido), pues el empresario no podrá repercutir totalmente en el precio del producto el incremento de coste generado por el aumento de los salarios.

No obstante, al ser el beneficio el resultado de dos factores, margen unitario y volumen de ventas, aquél no necesariamente deberá disminuir. Así, si la positiva repercusión del segundo supera a la negativa del primero, las ganancias aumentarán. Es lo que probablemente sucederá a la mayoría de compañías que destinan prioritariamente sus productos al mercado español, pues éstas suelen ganar más cuánto más crece el gasto de las familias.

El anterior razonamiento sirve para explicar por qué los beneficios empresariales fueron muy superiores en el período 2004-07 de lo que serán en el 2015-18. Durante el primero, el consumo privado creció un promedió del 4,3; en el segundo, lo hará en un 2,5%. A diferencia de la anterior etapa, en ésta el país puede permitirse estimular el gasto de las familias, pues en 2018 tendrá un superávit (suma del público y privado) del 1,9%.

Finalmente, la posible inflación adicional tampoco será un problema. En la actualidad, la subyacente está situada en el 0,8% y es notablemente inferior a la deseada por el BCE, pues éste considerada óptima aquélla que se sitúa un poco por debajo del 2%.

En definitiva, la excepcional subida del SMI será positiva para la economía española, pues sus ventajas superarán con creces a sus inconvenientes. No obstante, sus principales efectos no estarán en la vertiente económico, sino en la social.

Dicho incremento ayudará en gran medida a erradicar una tipología de pobre reaparecida durante la pasada crisis. En concreto, la de alguien que trabaja pero que no consigue vivir dignamente. Esto último es lo que pretendían los trabajadores australianos y neozelandeses, a finales de siglo XIX, cuando consiguieron instaurar por primera vez el SMI.