El presidente en funciones tiene dos vías: la excitante que porfía por la abstención de ERC y, en segundo lugar, la opción centrista, más ganadora y menos atrevida, que consiste en el acuerdo tácito, derecha-izquierda-centro, a la espera de que Pablo Casado decida ofrecer su abstención a cambio de acuerdos de Estado. Sánchez puede ir a por la mano con un full de reyes, o puede ir a por la victoria casi segura con un póker de dieces, una de las jugadas más prosaicas de la baraja, pero matemáticamente ganadora.
Después del 10N la tensión entre la melancolía de la extrema izquierda (Podemos) y el cinismo ultra (Vox) ha creado un espacio dialéctico nuevo que se aleja, cada día, del buen trato que merecen nuestras instituciones. Ante la disolución de las certidumbres, el mapa político se puebla de populistas que dicen tener un modelo de justicia social (Podemos, el empoderamiento y Vox, la privatización) mejor del que tiene nuestra sociedad apremiada por la intermediación, ante la ruina de los estados. Los populismos buscan atajos y siempre tienen la solución a mano; y precisamente por eso es por lo que hay que expulsarles del Templo, como se hizo en la antigüedad bíblica con los escribas y fariseos. Mientras tanto observemos la conducta de ERC, objeto de negociación imprescindible. Los republicanos perdieron en la generales de 10N unos 200.000 votos y ahora quieren reponer este déficit en la siguiente convocatoria de las autonómicas catalanas, en primavera. La conexión conduce a agrandar la divergencia entre socialismo y ERC. Y un dato más: Vox crece cada día a la sombra de las desavenencias entre partidos políticos, que no tienen nada en común, pero que negocian la investidura de Sánchez. Me consta que, ante el indesmayable lepenismo español, Sánchez busca una movilización del voto democrático, pero ya es demasiado tarde. Cuando la voz de mando dijo ¡de frente, ar!, el elefante ya desfilaba con nosotros.
Hace casi cuatrocientos años que la Corte borbónica de Francia defendía la cultura humanista de Erasmo, frente al estilo bizantino de la Austria, que fue de los Habsburgo, y frente a la Inquisición española, una ortodoxia que todavía se siente con derecho –así lo ven Abascal y Ortega Smith– de “buscar la unidad medieval de la cristiandad”. Santiago Abascal se ha presentado en su Europa (la de la Lega Norte) como uno de los que sufren la presencia de la inmigración en términos de robos y violaciones –¿qué estadística avala este tipo de afirmaciones?–, según sus propias palabras en una entrevista publicada en el Corriere della Sera el pasado 30 de noviembre. Lo peor es que la división teológica de Europa supuso, en su momento, la división militar y política, acabada solo en la paz tras la Segunda Gran Guerra, en1945, después de siglos de odio. No perdamos el mundo de vista porque a las palabras no se las lleva el viento.
No hace ni 48 horas que Von der Leyen, la nueva presidenta de la Comisión, ha dicho que Bruselas seguirá luchando contra el modelo de austeridad, aplicado en 2008. Puestos a ver a la UE de nuestro tiempo, como el resultado carolingio del eje franco-alemán, nos conviene recordar que, en su día, París y Berlín, bajo la tutela del cardenal Richelieu, ofrecieron refugio a los calvinistas huidos de Lowenstein y a los herejes escapados de la hoguera de la Inquisición. No les importó entonces que fuesen Pigs o ciudadanos de países del sur. La migración, como el PIB de un país, puede pasar de dato malo a bueno y a muy bueno, sin cambiar tanto.
Escoger las amistades; este es el gran misterio que desencadena el éxito o el fracaso de la política. El ágora de las monarquías o de las repúblicas depende en gran medida de las amistades y las relaciones tejidas alrededor del poder. Si la ministra y vicepresidenta in pectore, Nadia Calviño, se presentara en el Eurogrupo acompañada de un economista de Podemos, estamos fritos.
A los países del euro no les hables de Varoufakis, ni de nada por el estilo; los sueltarrollitos facilones, que atacan a los mercaderes en sus narices, están muy mal vistos; las quedadas de sabio engreído las acabas pagando después en salas de espera muerto de nervios en la recompra de letras del Tesoro, cuando la prima de riesgo arrasa tu credibilidad internacional. A la Calviño, un ángel puesto en el camino, hay que dejarla sola entre las corrientes de aire que van desde el BCE de Fráncfort hasta los comisarios en Bruselas.
Recién empieza la semana internacional de Sánchez y retumba por las paredes que el presidente ha dejado en el armario el tablón plegable de ajedrez y ha metido en la maleta un par de barajas de póker. Ha cambiado de juego, no de entrenador y menos de sparring. Habrá investidura por mayoría absoluta justísima o por mayoría simple. Y, tal vez entonces, entenderemos que gestionar España es una forma de gestionar la Europa del euro. Si eres capaz de hacer bien lo segundo, de lo primero no te piden ni examen. Entre las dos barajas, el presidente escogerá la prosaica: la del póker de dieces.