Oriol Junqueras le dice a Sánchez que el Estado es “lento, nacionalista, militarista, centralista, oligopolista y desesperadamente ineficiente”. En resumen “este Estado no nos sirve”. Pero lo dice en mal momento, porque si algo tenemos ahora en España es Estado. Sus amigos de JxCat, liberales; los de C’s, liberaloides; los del PP de Casado, neoliberales y los de Vox, liberrísimos, todos coinciden en que el Estado es la última ratio. Pero Junqueras le manda un mensaje, y publicado en La Vanguardia, a su entrañable enemigo Pedro Sánchez, sin advertir que este último opta por un progreso social avanzado, pero cauto, por usar un adjetivo modelo Grande Place.
Se da el caso de que, cuando Sánchez recibe ese mensaje, y también el conjunto de los catalanes a través de ese artículo, el presidente ya se ha convertido en caracol, tótem de la resistencia. Junqueras se sabe el héroe del pueblo; el que conoce la celda, el que sabe algo de la última bala del revólver y de la morfina de Benjamin, en Port Bou. Se va creciendo hasta el día de la República, 14 de abril; entonces se viene arriba y abre la caja de los truenos. De natural le sale el Himno de Riego, pero en público solo canta en catalán, mientras que es en privado, con su familia del Sur bendito, cuando habla castellano. El revés de Aznar
El artículo es la traca final de la batería de dardos anti-estatales del mundo independentista, donde ha sobresalido Miquel Buch, el triste, consejero de Interior, exalcalde de Premià, can Pujol y cal Arturito Mas, el veraneante de tejanos planchados con raya y Fred Perry azulón. Buch sale a la calle, con un mal genio de masover, para quejarse de los 1,714 millones de mascarillas distribuidas en Cataluña por Protección Civil: “Lo han hecho con intención de reírse del sufrimiento de los austracistas de la Guerra de Sucesión”. El tipo es de patio de colegio. Se nota que fue a los Hermanos, dicen las malas lenguas; como el Mainat de la Trinca, aunque varias generaciones después, cuando el cole ya era mixto.
Pero si fuera una carta, Sánchez no llega a leer la misiva; sabe de ella gracias a Iván Redondo, que interrumpe el ensayo del próximo monólogo interior del presidente, para leerle un par de frases de la carta, en un impase en la guerra de cifras que impone el Covid-19. Sánchez es un “funcionario de mentalidad pequeño burguesa”, piensa Junqueras. O lo que es lo mismo, un indiferente, remilgado, egoísta y autocomplaciente. En cambio, él (Junqueras) se considera a sí mismo un hombre de pensamiento puro, despojado de adornos, alejado de la palabrería, armado de un conocimiento práctico, aunque nadie lo diría después de oírle disertar, un año y otro año --en la barra cafetera de las jornadas del Círculo de Economía, en Sitges-- sobre la magia de su romanticismo historiográfico.
Un día alguien de los allí congregados, a la hora del coffee break, cometió el error de agradecerle a Junqueras que su discursito económico se entendía mejor que el de Mas-Colell, el sabio. Como toda respuesta, nos miró con altanería, desde algún balcón de su inconsciencia; luego se puso a lo de la Agencia Tributaria catalana hasta que lo enchironaron. Tan, tan listo... no será.
El exvicepresident del Govern lamenta que el Gobierno de Sánchez “no escucha a los expertos”, pese a tener establecido un comité médico. Es la paja en el ojo ajeno: en España no se gestiona con el “objetivo principal de hacer frente a la crisis sanitaria, sino que se hace desde la propaganda, la bandera y la construcción de un nuevo remiendo para salvar al régimen”, añade en su artículo el muy bellaco. Si lo que quiere decir es que no valoramos a los hombres por lo que son sino por sus hábitos, cargos y estandartes, toca recordarle que el Govern de Torra va por libre en la lucha contra el virus, a riesgo de equivocarse completamente. Muchos recordarán el caso de Andrew Wakefield, aquel científico que publicó en la prestigiosa revista británica The Lancet, un artículo contra las vacunas y se las cargó con todo el equipo. Te puedes equivocar en investigación médica o epidemiológica, pero en matera de Sanidad pública, bromas ni una. No acuso a nadie, pero los Wakefield cuyas ideas auspiciaron el movimiento antivacunas, causaron daños irreversibles y más tarde se supo que ocultaban intereses poco éticos. Lo peor es que después de aquella plaga nihilista, resurgió el sarampión.
Al parecer, el Estado no es válido para responder a “retos globales”, pero Torra y Mitjà nos arreglarán lo del virus en un pispás. Para eso han escogido a Oriol, como el responsable de hacer frente a la pandemia. ¿Pero no era un investigador puro? ¿Que falta le hace un cargo a un hombre que dedica su vida a la investigación, que es como dedicar tu tiempo a traducir a Lucrecio, salvando las diferencias de utilidad y urgencia?
Nadie entiende por qué esta guerra sin cuartel, los políticos no la podéis ganar juntos. Cada vez que hay una reunión telemática entre Moncloa y los presidentes autonómicos, me imagino a Quim Torra exigiéndole a Sánchez una rendición incondicional, como la que le entregó De Gaulle al FLN argelino; o denunciando a la UME, como si los soldados españoles, que vienen a echar una mano, fuesen los chetniks serbios de Radovan Karadzic o los ustachis, que levantaron campos de concentración en Croacia.
Aprovechar un momento de debilidad tan enorme para debilitar más al Estado es una canallada. Ya ocurrió en la crisis financiera posterior a 2008. Ahora nos falla la UE y después del fracaso del Eurogrupo (el medio billón son créditos o garantías) el escenario se endurece. Torra no es precisamente el loro desternillante de Flaubert, pero Junqueras, el estratega, resulta peor. La Gran Coalición española ya es urgente.